Por Byung-Chul Han
La amenaza del terrorismo ya bastante nos lleva a someternos a medidas denigrantes de seguridad en los aeropuertos sin oponer la menor resistencia. Con los brazos en alto dejamos que nos escaneen el cuerpo. Permitimos que nos palpen en busca de armas ocultas. Cada uno de nosotros es un terrorista en potencia. El virus es terrorismo que viene del aire, representa una amenaza considerablemente mayor que la del terrorismo islámico. Resulta intrínseco a la lógica de todo esto pensar que la pandemia tendrá consecuencias que transformarán al conjunto de la sociedad en una zona de seguridad, en una cuarentena permanente en la que cada uno será tratado como un potencial portador del virus.
Europa y Estados Unidos están perdiendo todo su esplendor en medio de la pandemia. Van a los tumbos. Parece que son incapaces de controlar la epidemia. En Asia, lugares como Taiwán, Hong Kong, Singapur, Corea del Sur o Japón supieron controlarla con relativa rapidez. ¿A qué se debe esto? ¿Qué ventajas sistémicas evidencian los países asiáticos? En Europa y en Estados Unidos el virus se encuentra con una sociedad liberal en la que se propaga sin esfuerzo. ¿Acaso el liberalismo tiene la culpa del fracaso europeo? ¿Será que el virus se siente a gusto en el sistema liberal?
Pronto se impondrá la idea de que la lucha contra la pandemia indica actuar a pequeña escala, es decir, poniendo el foco en la persona, el individuo. Pero el liberalismo no permite fácilmente un procedimiento de este tipo. Una sociedad liberal se compone de individuos con libertad de acción que no autorizan la injerencia estatal. La sola protección de datos impide la vigilancia a pequeña escala de las personas. La sociedad liberal no contempla la posibilidad de hacer de las personas, individualmente, el objeto de la vigilancia, por eso no le queda más remedio que el shutdown, con consecuencias económicas masivas. Occidente llegará pronto a una conclusión fatal: que lo único capaz de evitar el cierre total es una biopolítica que permita tener acceso ilimitado al individuo. Occidente concluirá que la protegida esfera privada es justamente lo que ofrece refugio al virus. Pero reconocer esto significa el fin del liberalismo.
Los asiáticos están combatiendo el virus con un rigor y una disciplina que para los europeos resulta inconcebible. La vigilancia se centra en cada persona en forma individual, y esto constituye la principal diferencia con la estrategia europea. Los rigurosos procedimientos asiáticos recuerdan a aquellas medidas disciplinarias adoptadas en la Europa del siglo XVII para combatir la epidemia de la peste. Michel Foucault las describió de manera impactante en su análisis de la sociedad disciplinaria. Las casas se cierran por fuera y las llaves se entregan a las autoridades. Se condena a muerte a quienes violan la cuarentena. Se mata a los animales que andan sueltos. La vigilancia es total. Se exige obediencia incondicional. Se vigila cada casa en forma individual. Durante los controles, todos los habitantes de una casa deben asomarse por las ventanas. A quienes viven en casas que dan a patios traseros se les asigna una ventana al frente por la cual asomarse. Llaman a cada persona por su nombre y le preguntan por su estado de salud. Quien miente se expone a la pena de muerte. Se establece un sistema de registro total. El espacio se vuelve una red anquilosada de células impermeables. Cada quien está atado a su lugar. Cualquiera que se mueva pone en riesgo su vida.
En el siglo XVII Europa devino en una sociedad disciplinaria. El poder biopolítico penetra hasta en los más mínimos detalles de la vida. Toda la sociedad se transforma en un panóptico, es atravesada por la mirada panóptica. El recuerdo de esas medidas disciplinarias se ha desvanecido por completo en Europa. En realidad, eran medidas mucho más rigurosas que las que toma China ante esta pandemia. Pero se podría decir que la Europa de los siglos XVII y XVIII es la China actual. Entretanto, China ha creado una sociedad disciplinaria digital con un sistema de crédito social que permite una vigilancia biopolítica y un control sin fisuras de la población. Ni un solo momento de la vida cotidiana escapa a la observación. Se monitorea cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. Se utilizan 200 millones de cámaras de vigilancia con reconocimiento facial. Quien cruza un semáforo en rojo, tiene contacto con personas opositoras al régimen o publica comentarios críticos en las redes sociales vive en peligro. Quienes, en cambio, compran comida sana o leen los periódicos oficialistas, son recompensados con créditos baratos, seguros de salud o visas de viaje. En China esta vigilancia total es posible porque no existe restricción alguna al intercambio de datos entre los proveedores de internet y de telefonía móvil y las autoridades. Así que el Estado sabe dónde estoy, con quién me encuentro, qué estoy haciendo en este momento, qué ando buscando, en qué pienso, qué compro, qué como. Es muy probable que en el futuro el Estado también controle la temperatura corporal, el peso, los niveles de azúcar en sangre, etc.
La vigilancia digital total de la población está demostrando ser por demás eficaz contra el virus. Cualquiera que salga de la estación de trenes de Beijing es capturado por una cámara que mide su temperatura corporal. Si tiene temperatura alta, se informa por teléfono móvil a todas las personas que iban en el mismo vagón. El sistema sabe quién, cuándo y dónde iba sentado en el tren. Y las personas potencialmente infectadas se detectan usando solo datos tecnológicos. Las redes sociales informan sobre el uso de drones para vigilar la cuarentena. Si una persona abandona clandestinamente su cuarentena, el dron vuela hacia ella y la insta a volver a casa. Incluso puede que el dron imprima una multa en el momento y la deje caer sobre su cabeza. Parece que se está produciendo un cambio de paradigma en el control de la pandemia y Occidente no termina de darse por enterado. El control de la pandemia se está digitalizando. No sólo la combaten virólogos y epidemiólogos sino también ingenieros informáticos y especialistas en big data.
En la lucha contra el virus, el individuo es vigilado individualmente. Una aplicación le asigna a cada persona un código QR que indica con colores su estado de salud. El color rojo indica una cuarentena de dos semanas. Solo pueden moverse libremente quienes puedan mostrar un código verde. No es solo China, otros países asiáticos también implementan la vigilancia individual. Para detectar personas potencialmente infectadas se cruzan los más diversos datos. El gobierno de Corea del Sur está considerando incluso la posibilidad de obligar a las personas que entran en cuarentena a llevar un brazalete digital que permita controlarlas las 24 horas del día. Hasta ahora ese método de vigilancia estaba reservado para quienes habían cometido delitos sexuales. De modo que, frente a la pandemia, cada individuo es tratado como un criminal en potencia.
El feudalismo digital
El modelo asiático para combatir el virus no es compatible con el liberalismo occidental. La pandemia pone en evidencia la diferencia cultural entre Asia y Europa. En Asia sigue imperando una sociedad disciplinaria, un colectivismo con fuerte tendencia al disciplinamiento. Se aplican sin más medidas disciplinarias radicales que encontrarían fuerte rechazo por parte de los europeos. No se las percibe como restricción de los derechos individuales sino como cumplimiento de deberes colectivos. Países como China y Singapur tienen un régimen autocrático. Hasta hace pocas décadas también en Corea del Sur y Taiwán prevalecían condiciones autocráticas. Los regímenes autoritarios hacen de las personas sujetos disciplinarios, las educan para la obediencia. Y Asia está marcada por el confucianismo, que dicta la obediencia incondicional a la autoridad. Todas estas peculiaridades asiáticas resultan ventajas sistémicas para contener la epidemia. ¿Será que la sociedad disciplinaria asiática terminará imponiéndose a escala global a la luz de la pandemia?
Ni siquiera es necesario remitirse a Asia para señalar el peligro que la pandemia representa para el liberalismo occidental. La vigilancia panóptica no es un fenómeno exclusivamente asiático. Ya estamos viviendo en un panóptico digital global. Las redes sociales también se parecen cada vez más a un panóptico que vigila y explota sin piedad a los usuarios. Nos exponemos voluntariamente. No entregamos nuestros datos por la fuerza sino por necesidad interior. Constantemente se nos incita a compartir nuestras opiniones, preferencias y necesidades, a comunicarnos y a contar nuestras vidas. Después, los datos son analizados por plataformas digitales dedicadas al pronóstico y a la manipulación de comportamientos, y explotados comercialmente sin tregua ni cuartel.
Vivimos en un feudalismo digital. Los señores feudales digitales como Facebook nos dan la tierra y dicen: ustedes la reciben gratis, ahora árenla. ¡Y la aramos a lo loco! Al final, vienen los señores y se llevan la cosecha. Así es como se explota y vigila la totalidad de la comunicación. Es un sistema extremadamente eficiente. No existe la protesta porque vivimos en un sistema que explota la libertad en sí misma.
El capitalismo en su conjunto se está transformando en un capitalismo de vigilancia. Plataformas como Google, Facebook o Amazon nos vigilan y manipulan, con el propósito de maximizar sus ganancias. Se registra y analiza cada clic. Somos dirigidos como marionetas por hilos algorítmicos. Pero nos sentimos libres. Asistimos a una dialéctica de la libertad, que la vuelve servidumbre. ¿Esto todavía es liberalismo?
La pregunta que nos deberíamos hacer es: ¿por qué toda esta vigilancia digital, que está teniendo lugar de todas formas, debería detenerse ante el virus? Es probable que la pandemia haga caer ese umbral de inhibición que venía impidiendo que la vigilancia se extendiera biopolíticamente al individuo. La pandemia nos lleva hacia un régimen de vigilancia biopolítica. No solo nuestras comunicaciones, también nuestro cuerpo, nuestro estado de salud, se está convirtiendo en objeto de vigilancia digital. La sociedad de la vigilancia digital está experimentando una expansión biopolítica.
Según Naomi Klein, autora de No Logo, el shock es un momento oportuno para instalar un nuevo sistema de dominación. El shock pandémico hará que se imponga a nivel global una biopolítica digital que se apodere de nuestro cuerpo con su sistema de control y vigilancia, una sociedad disciplinaria biopolítica que vigile permanentemente hasta nuestro estado de salud. Tampoco descartemos que vayamos a sentirnos libres en ese régimen de vigilancia biopolítica. De hecho vamos a pensar que todas estas medidas de vigilancia son en pos de nuestra propia salud. La dominación se completa en el momento en que coincide con la libertad. En medio de la conmoción causada por la pandemia, ¿se verá Occidente obligado a abandonar sus principios liberales? ¿Corremos el riesgo de volvernos una sociedad de cuarentena biopolítica que restrinja de manera permanente nuestra libertad ? ¿Es China el futuro de Europa?
Byung-Chul Han, filósofo de origen surcoreano y docente en Berlín, ha sido casi integralmente traducido al castellano. Es autor de ensayos breves como «La agonía del eros», «Enjambre», «La sociedad del cansancio» y «Topología de la violencia».
Traducción del alemán: Carla Imbrogno.