Por Pepe Tesoro

En un mundo donde parece no haber alternativa, el arte quizás no deba de buscar un afuera al sistema, sino ahondar en sus peores extremos.

Como casi cualquier término en filosofía, «acelaracionismo» ha sido sujeto a múltiples debates en torno a su uso, y ha dado lugar a diferentes definiciones que apuntan a fenómenos, ideas y movimientos intelectuales que tienen poca o ninguna relación entre sí. Según el sentido original de Benjamin Noys, quien acuñó el término en su libro La persistencia de lo negativo, el aceleracionismo sería «una variante exótica de la politique du pire: si el capitalismo genera sus propias tendencias de disolución entonces es necesario radicalizar el capitalismo en sí mismo: cuanto peor, mejor» [1]. Hay quien pone en conexión esta definición con la supuesta creencia marxista en la necesidad histórica del socialismo, lo que ha dado lugar a una concepción extendida del aceleracionismo como la apuesta radical por las tendencias más desestabilizadoras y destructivas del capitalismo con el objetivo de conducir a su autodestrucción y a su consiguiente superación. Esta concepción de aceleracionismo, que es la que parece más arraigada en la conciencia popular, es en el mejor de los casos extensamente matizable y, en el peor, directamente errónea.

Quien hoy en día es conocido como el padre intelectual del aceleracionismo, el filósofo británico Nick Land, no estaba tan interesado en la superación del capitalismo por parte de la humanidad, sino en la superación de la humanidad por parte del capitalismo. Realizando una radicalización un tanto heterodoxa y extrema de El anti-edipo de Gilles Deleuze y Félix Guattari, Land trató de extender sus tesis en torno al poder deterritorializador del capitalismo hasta tal extremo que acabó por postular la desaparición de lo que habíamos entendido por ser humano en las fauces de un sistema capitalista autopoiético, infundando su teoría (y su práctica) en una retórica de ciencia ficción, terror y desestabilización que le procuró una pronta expulsión del mundo académico [2]. Nick Land es sin duda un personaje controvertido, pasando de sus primeras etapas como enfant terrible del cyberpunk, hasta su reciente aparición como uno de las siniestras figuras detrás del renacimiento digital de la alt-right [3]. Curiosamente, el movimiento que había fundado corrió una vida paralela a manos de otros teóricos que, partiendo del agumento de Land de que la izquierda contemporánea ha caído en un conservadurismo ingenuo y una nostalgia impotente ante el pasado, pretenden reincorporar las nociones fuertes de utopía y confianza en la tecnología para el pensamiento emancipador y de izquierdas. Acusando a la izquierda contemporánea de haber aceptado la tesis de Land de que, esencialmente, el capitalismo y el tiempo son una y la misma cosa, autores como Mark Fisher, Nick Srnicek y Alex Williams [4], han llamado a un aceleracionismo de izquierda que combata en el terreno de la innovación, la confianza en la tecnología, el progreso y el futuro, términos que el capitalismo se habría arrogado de forma ilegítima.

Realizar una explicación que haga mínimamente justicia a estas tendencias políticas del aceleracionismo es una tarea que sobrepasaría por mucho el espacio de unos pocos párrafos. Pero no todo aceleracionismo tiene por qué ser político. Es más, como argumenta el filósofo Steven Shaviro, el aceleracionismo como estrategia política es en sí una idea desencaminada, cuyos resultados difícilmente serán mejores que las fantasías apocalípticas de Land, y por el contrario aboga por un aceleracionismo como estética. Steven Shaviro parte de una idea que retrotrae a Kant en La crítica del juicio, y es la esencial ineficacia y desinterés de la experiencia estética. Cuando entendemos que una obra es bella, sublime, o sencillamente la experimentamos como algo estético, significa que lo hacemos desde el más puro desinterés y con la mayor independencia ante la necesidad y la utilidad de esa experiencia. Sin embargo, argumenta Shaviro, esta experiencia estaría en claro peligro de extinción en un mundo de «subsunción real», donde el capitalismo «no deja ningún aspecto de la vida sin colonizar» [5]. Parecería que hoy en día vivimos en un mundo donde cada aspecto de nuestra vida personal, de nuestro ocio, nuestra atención y nuestro tiempo libre está sistemáticamente mercantilizado y explotado en busca de un beneficio económico.

En este escenario donde todos los aspectos y espacios de la vida sirven, de una u otra forma, al movimiento constante del Capital, incluso nuestros intentos por salir o superar el sistema son subsumidos y apropiados por el mismo; «lejos de ser subversiva», explica Shaviro, «la transgresión ahora es enteramente normativa» [6]. El aceleracionismo no puede ser una estrategia política, porque el capitalismo no se ve afectado por transgresiones, crisis o intensificaciones en sus contradicciones, sino que se alimenta y se renueva gracias a ellas. Pero en un mundo donde todo está reducido al beneficio económico, la contemplación desinteresada y cínica de este espectáculo grotesco puede reclamarse como una legítima estrategia artística, precisamente en tanto que no pretende nada, en la medida que posee «una cierta ineficacia estética» [7]. En su libro Post Cinematic Affect, Steven Shaviro realiza una exploración más sistemática de su propuesta examinando cuatro productos culturales que considera ejemplos de estética aceleracionista, el videoclip de Grace Jones Corporate Cannibal (Nick Hooker, 2008), y tres películas: Boarding Gate (Oliver Assayas, 2007), Southland Tales (Richard Kelly, 2006) y Gamer (Mark Neveldine, Brian Taylor, 2009).

Aunque Shaviro argumenta que, en principio, estas obras no tienen mucho en común, salta a la vista que esto no es del todo cierto. Todas ellas son, de una u otra forma, exageraciones e hipérboles de algunos los elementos y tendencias sociales más llamativos del mundo del siglo XXI, llevados hasta una intensificación tan extrema que vuelve borrosa la demarcación entre la sátira y la celebración. De forma general, Corporate Cannibal ironiza sobre la naturaleza vampírica del Capital, Boarding Gate dramatiza mediante la violencia y el sexo las redes abstractas del dinero y del poder del mundo globalizado y la economía financiera, Southland Tales explora los efectos de la omnipresencia de los medios y las tecnologías de comunicación en la sociedad y Gamer juega con las posibilidades más extremas de la realidad virtual y el trabajo afectivo. Lo que tienen en común todas estas obras es que no son explícitamente críticas, ni se comprometen de manera ingenua con ninguna solución específica a los problemas que exageran y dramatizan. Parecen más bien ofrecer un disfrute consciente y cínico sobre los efectos más deplorables de nuestro sistema económico y social, sin presentarse a sí mismas dentro de una distancia falsa, o poseedoras de una perspectiva exterior de un sistema que se ha tragado toda exterioridad.

Southland Tales, por ejemplo, juega con la hiper-mediatización y presencia total de la publicidad y la cultura pop de un modo que difícilmente puede resultar sencillamente satírico o celebratorio. Incapaces de reaccionar a su mundo si no es a través de los códigos de la ficción y el cine, su amplio elenco de personajes (cuyos actores invierten de forma consciente sus propias personalidades como celebrities fuera de la pantalla) se deslizan por un torbellino de conspiraciones políticas y eventos paranormales que ahondan y exageran el cariz absurdo y la omnipresencia de la esfera mediática, hasta un punto que bien puede resultar en un persistente dolor de cabeza o en un sinfín de carcajadas, o más probablemente en ambas cosas. De forma similar, Gamer extrapola las condiciones del trabajo afectivo en el capitalismo avanzado, donde cada aspecto de la vida cotidiana es mercantilizado, muy especialmente nuestra propia atención, nuestro ocio y nuestro cuerpo. La película puede resultar en ocasiones como una crítica voraz de las dinámicas de mercado del siglo XXI, o una celebración alucinada de su espectáculo violento. La atrevida propuesta de la estética aceleracionista es que ambas son una y la misma cosa.

«[Todas estas obras] exploran la pesadilla laberíntica del sistema mundial contemporáneo. Todas ellas operan mediante la premisa de que la única salida del sistema es a través del sistema. En el mundo de subsunción real es un mundo sin trascendencia; la única forma, por tanto, de ir “más allá” de este mundo es agotar sus posibilidad, y empujar sus tendencias inherentes a su máxima potencia». Steven Shaviro [8]

Shaviro relaciona de forma explícita su propuesta con el concepto de «mapa cognitivo» del filósofo Fredric Jameson, quien propuso por primera vez el término como una estrategia estética para nuestra era [9]. En un mundo cuya complejidad está históricamente incrementando, donde las consecuencias de nuestras acciones y las enrevesadas redes de poder y control internacional son cada vez más abstractas y difíciles de captar por nuestras precarias formas tradicionales de comprensión, el mapeo cognitivo sería el ejercicio consciente de conectar las reales y presentes injusticias y sufrimientos de los que somos conscientes en nuestra vida cotidiana con su compleja y distante causa ausente, de la misma forma que un mapa urbano pone en contacto al viandante con la imagen completa de la ciudad para orientarse por ella, sin que deje de ser absurdo el tener una imagen completa y a escala 1:1 de la ciudad, de la misma forma que es imposible lograr una captación absoluta de la totalidad social. Pero este acercamiento de la postura de Shaviro a la de Jameson, aunque es coherente con lo previamente expresado en Post Cinematic Affect, no cuadra del todo con su intento por desligar el aceleracionismo estético de la política, en tanto que el concepto de mapa cognitivo de Jameson es, de forma explícita, un concepto con intenciones políticas. Jameson expresa la necesidad de la tarea del mapeo congitivo como una herramienta para la acción; de la misma forma que el mapa sirve a la orientación del movimiento en el territorio, la función del mapa cognitivo es, en última instancia, la de la orientación política en el escenario complejo del capitalismo globalizado.

Pero sean cuáles sean las relaciones entre la estética acelaracionista de Shaviro con la política, el filósofo sí que deja entrever un valor que encuentra a los productos culturales que analiza.

«El proyecto de la cartografía cognitiva y afectiva busca, como poco, explorar los contornos de la prisión en la que nos encontramos. Esta es una tarea crucial en cualquier momento; pero mucho más ahora, cuando la prisión no tiene un exterior». Steven Shaviro [10]

Si el arte y la ficción no pueden darnos alternativas viables, porque tal cosa no existe, al menos pueden ayudar a aumentar la conciencia y la comprensión de la prisión en la que vivimos. Como el propio Shaviro explica, esta es similar a la propuesta de Jameson: la cartografía cognitiva es si cabe más valiosa cuanto más ampliamente fracasa, cuanto más patentes deja las limitaciones inherentes a nuestros aparatos de percepción para comprender el mundo en su totalidad, y a nuestros modos tradicionales de acción política para ofrecer algún tipo de resistencia o de transformación. Lo que ambos filósofos no logran explicar es por qué esta autoconciencia de nuestros límites es en sí valiosa. Si no existe alternativa, y no hay salida a la prisión, el conocimiento o no del contorno de las rejas suena a una conquista intelectual en exceso individualista y pusilánime. Esta lógica del fracaso, de la cuál Shaviro y Jameson son sólo dos ejemplos, se ha demostrado muy efectiva para convencer a filósofos y académicos del valor del arte y la ficción en nuestros días, pero totalmente inoperativa a la hora de ofrecer algo esencialmente diferente al cinismo y la desafección.

Para Mark Fisher, Avatar es un claro ejemplo de la falta de imaginación de la ciencia ficción contemporánea.

Pero aún cabe hacer una segunda objeción, y es que quizás sea demasiado otorgar al enemigo el que no exista una alternativa. En su ensayo Terminator vs. Avatar: Notes on Accecerationism, Mark Fisher reflexiona en torno a la problemática del aceleracionsimo precisamente desde la óptica de la cultura popular. Fisher constata que las teorías cyberpunk de Nick Land se han mostrado finalmente desencaminadas, ya que no hemos alcanzado un escenario de disolución total, donde el Capitalismo devorase a la humanidad desde el futuro con la misma frialdad mecánica de Skynet en Terminator (James Cameron, 1984).

«El futuro cercano», argumenta Fisher, «no iba sobre el Capital deshaciéndose de su máscara de látex y revelando la cabeza robótica de la muerte debajo; iba más bien sobre lo contrario: Nueva Sinceridad, ordenadores Apple anunciados por pop moni-kitsch» [11]. El relato del capitalismo contemporáneo ya no es Terminator, sino Avatar (James Cameron, 2010), una historia cargada de romanticismo primitivista anticuado y poco imaginativo. El problema de la estética aceleracionista de Shaviro sería haber comprado el relato de Land (y de Margaret Thatcher) de «no hay alternativa»; habría «ayudado al capital en su anti/meta-narrativa de que es el único relato que queda en pie» [11]. El aceleracionismo, para Fisher, consiste en defender que sí que existe alternativa, aunque esta ya no sea la fantasía de involución a sociedades menos complejas o el fetichismo de la obstrucción y la resistencia. Esa alternativa está aún por pensar, y no cabe argumentar que nuestra imaginación política se encuentra severamente atrofiada por unos límites complejos, extensos y difíciles de definir. Pero aceptar que la prisión no tiene salida quizás sea hacerle el juego de más al carcelero. [12]

1-Benjamin Noys, The Persistence of the Negative: A Critique of Contemporary Continental Theory (Edimburgo: Edinburgh Univertisy Press, 2010), 5.[↩]

2-La mayor compilación de trabajos y artículos de Nick Land se encuentra en Fanged Noumena: Collected Writings 1987-2007 (Falmouth y Nueva York: Urbanomic & Sequence Press, 2011).[↩]

3-Nick Land, “The Dark Enlightment”, https://www.thedarkenlightenment.com/the-dark-enlightenment-by-nick-land/[↩]

4-Nick Srnicek y Alex Williams, Inventar el futuro: Postcapilatismo y un mundo sin trabajo (Barcelona: Malpaso, 2016).[↩]

5-Steven Shaviro, “Estética aceleracionista:  ineficiencia necesaria en tiempos de subsunción real,” en Aceleracionismo: Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo, comp. Armen Avanessian y Mauro Reis (Buenos Aires: Caja Negra, 2017), 172.[↩]

6-Ibid., 174.[↩]

7-Ibid., 180.[↩]

8-Steven Shaviro, Post Cinematic Affect (Winchester y Washington: Zero Books, 2010), 215.[↩]

9-Fredric Jameson, “Cognitive mapping,” en Marxism and the Interpretation of Culture, ed. Cary Nelson y Lawrence Grossberg (Urbana y Chicago: Illinois University Press, 1988).[↩]

10-Steven Shaviro, Post Cinematic Affect, 217.[↩]

11-Mark Fisher, “Terminator vs. Avatar: Notes on Accelerationism,” https://markfisherreblog.tumblr.com/post/32522465887/terminator-vs-avatar-notes-on-accelerationism[↩][↩]

12-Las citas que están en original en inglés son de traducción propia. Para un minucioso compendio de la bibliografía en torno al aceleracionismo, véase https://monoskop.org/Accelerationism.[↩]

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