Por Denise Griffith

En las diferentes etapas del proceso histórico social, niñas y mujeres han sido sistemáticamente asesinadas por su condición de género. Para realizarse y establecerse como mecanismo de dominación y control social de la feminidad, estos asesinatos patriarcales debían gozar de aceptación y altos niveles de difusión, por lo cual se institucionalizó una «cultura femicida». Esta puede definirse como la subvaloración de la vida de las mujeres en relación a la vida de los hombres, su concepción como prescindibles, pero, sobre todo, sustituibles.

Una cultura femicida es aquella donde se acepta, permite, naturaliza y justifica el asesinato de mujeres por el hecho de ser mujeres, donde se promociona, promueve e incita este tipo de crímenes mediante su transmisión y aprendizaje a través de los distintos agentes socializadores, así como también a través de su cotidianización en los distintos productos culturales desarrollados desde el pensamiento androcéntrico patriarcal.

ESCRITURA FEMINISTA: TU LIBRO «CULTURA FEMICIDA» SE PUBLICÓ EL AÑO PASADO, ¿TE HAS CRUZADO CON NUEVOS MEMES O «CHISTES» FEMICIDAS EN LAS REDES DESDE ENTONCES? ¿QUÉ NOS PODÉS DECIR AL RESPECTO?

Esther Pineda G.: A un año de la publicación del libro es mucho el material con perspectiva femicida que he encontrado, lo que me obligó de hecho a trabajar en una segunda edición ampliada y revisada del libro que se encuentra ahora en edición. En el caso de los memes, por lo breve de su mensaje y su masiva difusión en redes sociales, tienen mucho alcance y altos índices de penetración social, lo cual ha favorecido que se diseñen y divulguen muchos nuevos pero, además de ello, lo que he notado en este tiempo es que se ha profundizado la relación entre el meme y los femicidios con casos concretos: algunos femicidas han usado las redes sociales para compartir memes de esta naturaleza antes de cometer los crímenes o después de ello.

Un ejemplo es el caso de Argemiro Alberto Urrego, un colombiano quien, horas antes de asesinar a su novia Paola Cruz y la amiga de ella Manuela Vélez (quien intentó defenderla), había compartido memes femicidas en sus redes. También se ha hecho común que se divulguen memes burlándose no solo del femicidio en general sino de casos específicos, donde se burlan de la víctima con nombre y apellido, de la forma en la que fue asesinada, cómo fue hallado el cuerpo; por ejemplo, lo que ocurrió con el femicidio de la mexicana Ingrid Escamilla, quien fue desollada por su pareja.

Estos hechos evidencian una profundización del desprecio y la crueldad hacia las mujeres, una mayor normalización de estos contenidos pero también una actitud desafiante de los hombres quienes se sienten protegidos por la aceptación social del femicidio y la falta de sanción ante la divulgación de estos contenidos.

E. F.: ¿CUÁL ES LA SITUACIÓN DE LOS FEMICIDIOS EN PAÍSES COMO VENEZUELA Y ARGENTINA? ¿QUÉ SUCEDE CON LA INTERVENCIÓN DEL ESTADO?

E. P. G.: La problemática del femicidio ha sido absolutamente desatendida en Venezuela: las únicas actuaciones del Estado en la materia han sido la tipificación del delito en el año 2014 y la publicación del número de víctimas durante 2015 y 2016, sin mayor información que explicara la problemática o permitiera su investigación.

No existen estadísticas sobre el número de femicidios, no hay políticas públicas en la materia y la problemática ni siquiera forma parte del discurso del Ministerio de la Mujer, al mismo tiempo que tampoco hay interés social ni movilización ante el fenómeno porque, por un lado, no existe un movimiento feminista organizado sino pequeños grupos de mujeres agrupadas en torno a sectores polarizados de poder, pero no alrededor de una agenda feminista. Además, porque si algo caracteriza a la sociedad venezolana es que es profundamente conservadora y antifeminista.

En el caso de Argentina, es uno de los países de la región con mayor movilización social ante la problemática del femicidio por su característico y masivo movimiento feminista y, tras la tipificación del delito en 2012, se creó el Registro Nacional de Femicidios de la Justicia Argentina y el Observatorio de Femicidios del Defensor del Pueblo de la Nación que permite contar con información oficial y confiable sobre la problemática. Se aprobó la «ley Micaela», que establece un programa de capacitación obligatoria en materia de género y violencia contra las mujeres para todos los funcionarios de los tres poderes del Estado. Se aprobó la «ley Brisa», para la reparación económica para niñas, niños, adolescentes y jóvenes víctimas colaterales de femicidios y recientemente se creó el Plan contra las Violencias de Género.

Es decir, existe un reconocimiento institucional de la problemática y políticas para su intervención. Sin embargo, las cifras demuestran que estas políticas no están siendo efectivas, eficientes ni oportunas; no son suficientes o no son correctas porque a las mujeres en Argentina las siguen matando. Según las estadísticas oficiales y públicas disponibles en la región, en términos absolutos, Argentina es el país con el mayor números de femicidios de América del Sur después de Brasil.

E. F.: ¿CUÁL ES TU VISIÓN SOBRE EL NÚMERO DE FEMICIDIOS EN CUARENTENA?

E. P. G.: El confinamiento en el hogar, si bien ha servido para proteger a la población del COVID-19, no ha sido beneficiosa para las mujeres porque ha contribuido a profundizar las desigualdades ya existentes.

Por ejemplo, se han legitimado aún más las concepciones tradicionalistas y conservadoras aún mantenidas sobre la mujer como depositaria y única acreedora de la capacidad y responsabilidad del cuidado, se han profundizado los roles de género y la inequitativa distribución de las tareas dentro del hogar. Los Estados han descargado sobre los hombros de las mujeres las actividades de docencia, guardería, enfermería y geriatría que, por la coyuntura, las instituciones correspondientes han dejado de asumir. En este escenario, también, sin dudas aumenta el riesgo de ser víctima de violencia verbal, psicológica o física pero sobre todo de femicidio, tanto de tipo íntimo como incestuoso porque el hogar es el lugar más inseguro para las mujeres y niñas.

E. F.: ¿CUÁL ES TU MENSAJE SOBRE EL MOVIMIENTO «ALERTA MORADA POR ANTONIA BARRA» QUE ÚLTIMAMENTE VIENE COBRANDO FUERZA?

E. P. G.: La campaña es una respuesta ante la cultura de la violación y la violencia institucional que revictimiza a las mujeres víctimas de violencia sexista, que beneficia y protege a los agresores y que induce al suicidio como fue el caso de Antonia Barra. Pero además es una iniciativa muy valiosa y que celebro porque es una forma de seguir protestando, denunciando y exigiendo justicia en un contexto pandémico de reducción de la movilidad, la interacción social y las convocatorias masivas. Si algo ha caracterizado a las mujeres feministas es que siempre han encontrado la forma de expresarse y articularse.

E.F.: TENÉS ESCRITOS LIBROS SOBRE RACISMO, ¿CUÁL ES LA DIFERENCIA EN FRECUENCIA Y TRATAMIENTO ENTRE LOS FEMICIDIOS DE LA MUJER BLANCA Y LA MUJER AFROAMERICANA?

E.P.G.: Los medios no siempre reseñan los femicidios. No todos son considerados «noticiables» a menos que el crimen haya sido perpetrado con extrema saña y crueldad, que el cuerpo haya sido abandonado en espacios públicos de gran afluencia, que la víctima sea muy joven pero en una edad sexualizable (los femicidios de las niñas pequeñas son ocultados porque rompen con el relato de que «se lo buscaron») o que la víctima y el agresor satisfagan los estereotipos clasistas para alimentar el relato de que este tipo de crímenes eran de esperarse porque ocurren principalmente allí, en el barrio, la villa, la favela.

En este contexto los femicidios de las mujeres afrodescendientes también suelen ser invisibilizados y desestimados por racismo, porque las vidas de las mujeres racializadas se consideran menos importantes que las vidas de las mujeres blancas que, de por sí, son subvaloradas. En las pocas oportunidades en que estos crímenes sexistas contra mujeres racializadas son reseñados por los medios es porque permiten legitimar prejuicios o estereotipos: las víctimas son asociadas a bandas criminales, pandillas o a la prostitución, lo cual evita que se genere empatía con las víctimas y por tanto respuesta social.

Fuente: Escritura Feminista

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