Por Christian Masello

odo viejo es el futuro de algún joven”.

La pluma de Adolfo Bioy Casares, de una pincelada, dibujó una verdad imposible de ocultar bajo la alfombra.

La frase pertenece al libro Diario de la guerra del cerdo, de 1969, una novela en la que el escritor relata cómo, en determinado momento, los jóvenes deciden dar caza a los ancianos.

Debe aclararse que no se trata de un texto que encumbre a la etapa avanzada de la vida. Por el contrario, señala defectos y marca los inconvenientes que ese período acarrea, incluidos los achaques.

Pero, en definitiva, la obra, más allá de las metáforas políticas que pueden buscarse, teniendo en cuenta el momento en que fue concebida, así como el pasado entonces cercano, habla del rechazo que padecen los viejos por parte de jóvenes que desprecian lo que, quizá, lleguen a ser. 

Curiosamente, lo de encontrarle alegorías al texto puede hacerse también teniendo en cuenta la actualidad. Es decir, en cierta manera, esas páginas resultaron proféticas. Si lo que Bioy trazó remitía a un temor por un avance en el destrato hacia los ancianos, “el futuro ya llegó”, diría Patricio Rey en Todo un palo. Y esa canción redonda remarca que “llegó hace rato”, y también eso es verdad, porque no es cuestión de endilgarle la problemática sólo a Javier Milei, el atropello viene desde bastante tiempo atrás (¿alguien recuerda las “lágrimas” del entonces ministro de Economía Domingo Cavallo ante la activista jubilada Norma Plá?). Pero la frialdad actual denota insensibilidad.

Un momento de la vida que debería destinarse a disfrutar de cierta paz se transforma es una especie de infierno diario que sólo pareciera llegar a su fin con el deceso, porque la esperanza de que los jubilados lleguen a vivir mejor es casi nula.

“Y después de darlo todo –en justa correspondencia– todo estuviese pagado y el carné de jubilado abriese todas las puertas…”, plantea Joan Manuel Serrat en una canción, para luego continuar: “Quizá llegar a viejo sería más llevadero, más confortable, más duradero”.

En esa composición (Llegar a viejo), el catalán habla de una realidad de ancianos “convertidos en fantasmas con memoria”, ante lo cual propone simplemente tomar consciencia y tratarlos mejor, porque debe entenderse que “todos llevamos un viejo encima”.

Más allá de cuestiones políticas, la situación que vive gran parte de ese rango etario no puede más que llamar a la empatía: los rostros compungidos transmiten sentimientos.

El dolor de la desesperación. Eso se observa en los ojos de muchas personas mayores.

Si bien los jubilados están acostumbrados al padecimiento (algo triste, pero real), no se habitúan a la incertidumbre acerca de cuál será la próxima medida gubernamental que los tenga como víctimas. Porque se sienten en un averno donde las noticias hablan de recortes que los involucran, en pos de alcanzar un porcentaje que es sólo una cifra. Pero ellos tienen en claro que no deberían ser sólo parte de un número.

En lo que ya se ha convertido en una rutina frente a las medidas gubernamentales que los perjudican, en Bariloche, cada miércoles, los jubilados se reúnen en el Centro Cívico.

En esta ocasión, ante la restricción del acceso a medicamentos por parte de PAMI, la situación tomó un matiz especial.

En la plaza emblema de la ciudad, entonces, pudieron escucharse algunas historias…

PENSAR EN LOS DEMÁS

María Elena Borg tiene sesenta y ocho años.

Se desempeñó en el área administrativa de un sanatorio durante cuarenta años.

A pesar de estar jubilada, continúa trabajando desde la casa, haciendo recetas electrónicas para un médico de PAMI.

“Yo no ganó la mínima, cobro un poco más, pero la situación es crítica. Si no trabajara, no me alcanzaría. Por ejemplo, antes de venir al Centro Cívico, miré que había llegado la boleta de la luz… La última factura que pagué el año pasado fue de siete mil quinientos pesos; ahora me vino setenta y tres mil”, relata, y dice: “Hablan de un aumento de la jubilación de un 2,69 por ciento, pero esa no es la inflación real. Cuando voy al supermercado, veo que las cosas no aumentaron un 2,69, sino mucho más. Dos semanas atrás, pagaba diez mil pesos el kilo de carne; ahora, catorce mil”.

Sobre lo vinculado a la salud, señala: “Tomo pocos medicamentos, sólo para la presión, y PAMI cubría el cien por cien. Ayer fui a buscarlos y en uno la cobertura pasó al ochenta por ciento, en el otro, al sesenta. Los que yo tomo no son tan caros, pero veo a esa gente que necesita muchos remedios y, la verdad, no entiendo cómo hace. He visto a las personas, en la farmacia, decir: ‘Este medicamento no lo llevo porque no puedo pagarlo’. ¡Pero es lo que les recetó el médico! Si les dijo que tienen que tomar eso es porque lo precisan”.

“Lo que están haciendo es tremendo”, afirma, y aclara: “Yo, dentro de todo, me arreglo, pero veo lo que le pasa al resto”.

“Pensar en los demás me hizo venir al Cívico… Observo cómo está la gente. Por ejemplo, miro a las personas que, al llegar a la caja del supermercado, se dan cuenta de que no les alcanza…”, se lamenta María Elena. 

UN FUTURO QUE YA DUELE

Marcelo Cayumil Tiene ochenta y un años.

Era empleado de una estación de servicio en Ingeniero Jacobacci.

Ahora reside en Bariloche debido a cuestiones de salud. Es diabético y, desde hace tres años, se realiza sesiones de diálisis en la ciudad.

Indica que, de jubilación, cobra “un poco más que la mínima”.

“Tengo un hijo en Bariloche que me ayuda; si no fuera por él, no podría vivir acá”, sostiene, para luego, justamente, añadir: “Mi hijo fue a buscarme los medicamentos y la verdad es que no le pregunté si tuvo que pagar… Después vi las noticias y me enteré de los cambios”, expresa.

Califica el contexto actual como “pésimo”, y sobre el futuro considera: “Lo que viene es catastrófico”.

Marcelo aclara no se refiere sólo a la situación de los jubilados: “El pueblo está cagado de hambre”, afirma.

LLORAR POR LO QUE SUCEDE

María Maldonado tiene setenta y ocho años.

“Trabajé toda mi vida como gastronómica”, cuenta, remarcando que se siente orgullosa de haberse jubilado como tal.

Dice que suele recurrir a préstamos de montos pequeños. “Es la única manera que tenemos de poder vivir”, señala, para después explicar: “El hijo que vive conmigo me ayuda a comprar la comida y pagar algún impuesto… pero no alcanza”.

“Hemos aprendido a cocinar de nuevo, porque un kilo de carne lo tenemos que dividir como para que alcance para varias veces más que antes”, sostiene.

Indica que sólo toma pastillas para la presión y el corazón. “Hasta la última vez que fui a comprar, me cubrían el cien por ciento; ahora, no sé… Voy a tener que ir a PAMI para preguntar”, advierte.

La mujer informa que se acerca al Centro Cívico todos los miércoles para participar de las protestas junto a otras personas mayores. Así, afirma: “Da rabia que Milei se haya metido con los jubilados, con los pensionados… Nos hubiese dado un respiro”.

En tal sentido, considera que debería concurrir mucha más gente a la plaza y, sin encontrar una respuesta, se pregunta: “¿Por qué no están todos acá”.

Más allá del hijo que vive con ella, que es tornero y hace changas, María tiene otro, mayor, que reside en Mar del Plata y quedó sin trabajo. “Cuando cobro le giro lo que puedo para que compre comida”, expresa.

La jubilada suspira: “Ojalá salgamos de esta situación que estamos pasando”. Luego, se toma del brazo del cronista y llora.

Fuente: El Cordillerano

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