Por Josefina Anschütz
La reciente «cancelación» a la autora Claudia Piñeiro por la serie El Reino evidencia un machismo estructural, mientras que la cancelación masiva de youtubers, streamers y demás figuras públicas se expande a la velocidad de la luz.
La pandemia, la cuarentena y el encierro han hecho que nos enfoquemos más que nunca en las redes sociales, en influencers y en lo que publican. Influencers como Ivana Nadal o Yanina Latorre no pasan un día sin estar en el ojo de la tormenta; de forma constante, aparecen dichos completamente repudiables y hasta mensajes de odio de parte de estas personas públicas.
El caso más resonante en el último tiempo fue el de Martín Cirio y una acusación de pedofilia ocurrida en septiembre pasado. Fue un evento que generó una ola de cancelaciones masivas, en una carrera por ver quién salía perjudicade o si tal o cual personaje era tan bueno como aparentaba ser. Estas cancelaciones aparecen en Twitter, que parece haberse convertido en una suerte de basurero de las redes sociales: el lugar donde personas frustradas y enojadas echan su violencia contenida.
¿Es realmente justicia social o una forma de linchamiento moderno? ¿Qué pasa cuando no se admiten opiniones adversas y se empieza a dudar de los valores de personas no relacionadas con la polémica por no sumarse a una cancelación?
La sociedad cambió muchísimo en los últimos años. Expresiones que antes no eran criticadas hoy lo son y está perfecto: es el camino a una sociedad más respetuosa, justa y libre. Pero, a veces, ¿no se pasan ciertos límites? ¿Es justo juzgar una figura pública por tweets escritos en otra época? Hace diez años o más, ¿quién no dijo cosas que, con los ojos de hoy, serían completamente reprochables?
Vivimos en una cultura de la cancelación extrema, que puede llevar a generar miedo de abrir la boca y estar incurriendo en decir algo que sea «cancelable». Justo sería comprender que algo puede haber sido escrito en otro contexto y, por ejemplo, incluir una advertencia a le lectore o a le espectadore, como hizo HBO Max con películas como Lo que el viento se llevó. Borrar el pasado no es la solución; del pasado debemos aprender para no volver a cometer los mismos errores y poder corregirlos.
Sin embargo, la situación cambia cuando surgen personas que siguen perpetuando mensajes de odio actualmente. Las cancelaciones masivas no son buenas pero tampoco es aceptable que se apuntar contra personas justificándose en la cancelación mientras se esconde una violencia de fondo. Es lo que ocurrió hace algunas semanas con la autora Claudia Piñeiro.
El Reino
Hace dos semanas, se estrenó en Netflix la serie argentina El Reino. La trama gira en torno a un pastor evangélico que se postula como vicepresidente. Durante un acto de campaña, asesinan a su compañero de fórmula; este evento desata una investigación sobre la Iglesia del Reino de la Luz y se descubren cuestiones muy oscuras ligadas a la corrupción, el enriquecimiento ilícito y otras temáticas.
La controversia surgió cuando la Alianza Cristiana de las Iglesias Evangélicas de la República Argentina acusó a Claudia Piñeiro, guionista y productora de la serie, de tener «un encono contra la cultura evangélica» supuestamente derivada de su militancia feminista durante el debate por la ley del aborto.
La serie cuenta con un coguionista, Marcelo Piñeyro, pero el ataque fue dirigido a Claudia por su activismo en el feminismo. ¿Acaso buscan convertirlo en una lucha contra la militancia feminista? ¿Qué es lo que les molesta, realmente? ¿Que Claudia sea una mujer que se anima a denunciar la corrupción en las iglesias cristianas, que sea feminista? Marcelo es coautor de la historia pero no lo atacaron a él.
Spoiler alert! La serie evidencia secretos a voces: curas abusadores de menores (protegidos por el Vaticano), enriquecimiento ilícito por parte de pastores evangélicos que predican que «nuestras posesiones nos alejan de Dios» pero son millonarios, tienen helicópteros y mansiones. Dicen hablar de Dios, dicen que Dios es amor, pero predican un mensaje de odio hacia las diversidades sexuales y de género y siguen manteniendo los roles de género establecidos: la mujer sumisa, ligada a la reproducción y el matrimonio a toda costa, aunque sea infeliz y miserable, solo por las apariencias.
Cancelar, ¿sí o no?
Por un lado, tenemos la cultura de la cancelación extrema donde por una opinión se condena a una persona más allá de todo límite y, por otro lado, tenemos estas asociaciones que siguen perpetuando estereotipos que tanto se lucha por desandar y derribar.
La autora fue contundente en Twitter y, en una nota publicada en Página 12, expresó: «La censura es censura, la quieras disfrazar de lo que la quieras disfrazar. (…) Ahora censurar una ficción ya parece medieval».
Abramos el debate: ¿cuál es el límite entre la cultura de la cancelación y la censura? ¿Hasta qué punto es tolerable y hasta qué punto es un discurso de odio? ¿Continuaremos cancelando a cada persona que piense distinto a nosotres? Somos personas distintas y podemos tener distintas opiniones, pero lo que sí es inaceptable son los discursos de odio como los lanzados contra Claudia Piñeiro por su militancia feminista y por ser una mujer que no entra en cánones y estereotipos del deber ser de una mujer.
Fuente: Escritura Feminista