Por Lev Nikoláyevich

Ahora los medios europeos “civilizados”, los gobiernos “moderados” ponen la voz de alarma ante el ascenso de los partidos de corte ultra conservador o de ultra derecha en Europa (los fascistas organizados políticamente). Los mismos medios que apoyan sin fisuras a los nazis y filo nazis en Ucrania, y que callan ante el ataque a las libertades previo a la Operación Especial del gobierno ucraniano. En ese caso, todo vale (al igual que en la II guerra) si es por “derrotar” a Rusia.

Un fantasma recorre Europa (Suecia, Italia, Polonia, Austria -3ª fuerza empatada con la 2ª-, España, Francia, …) y la recorre por los caminos que la izquierda abandonó hace tiempo.

La socialdemocracia jamás fue nada, un bluf, un constructo hueco “un capitalismo con rostro humano” para frenar a la URSS y los derechos para los trabajadores que generaba, pero que sin el ogro comunista, ha demostrado su inutilidad, incapaz de evitar la pérdida constante de derechos y la depauperación de la clase trabajadora, incapaz de evitar el socavamiento continuo de los servicios públicos, las privatizaciones, la corrupción, la esperanza para los jóvenes de la clase trabajadora… Un aliado fiel del capital.

La izquierda a la izquierda de la socialdemocracia abandonó a los trabajadores hace tiempo, se sumergió en las aguas del eurocomunismo y todavía, con esa pringue, balbucea entre batucada y batucada huyendo de sus dogmas fundacionales (lucha de clases, partido de vanguardia de los trabajadores, etc…), con su neo lenguaje de universidad y amante hasta la nausea de esta UE burocratizada y del posmodernismo galopante, de la que se ha vuelto su comparsa. Una izquierda que se avergüenza de su historia y que, en posiciones cercanas al poder, solo puede legislar sobre humos, residuos, ecologismo, verduras y hortalizas.

Una izquierda incapaz de ser una alternativa real al sistema, incapaz de ser algo para lo que nació, para tomar un día el poder del Estado y transformarlo. Una izquierda rendida y pisoteada, pero con dirigentes orgullosos de ello y empeñados en crear partidos, grupos, asociaciones de colores que no sirven para nada en lo esencial.

Hoy, los trabajadores huérfanos, ante una izquierda que dejó de ser revolucionaria y después de vagabundear entre liberales y socialdemócratas, como en un ping pong macabro, donde en cada golpe perdían más y más derechos y veían como a sus hijos se les apagaba el futuro, entiende que lo revolucionario es el voto a la ultraderecha, a la que ni siquiera identifican con el fascismo. Eso les suena a historias de viejos.

Hoy esa ultraderecha, que en ocasiones adopta posiciones más sensatas en política internacional que la “izquierda”, deviene en el nuevo partido de los trabajadores. Los trabajadores entienden que esos partidos son hoy la alternativa a corruptos, chupópteros, progres y meapilas de todo pelaje. Que esos partidos son la verdadera oposición al sistema. Ocurrió en 1930 y el error se repite. Recordad que la historia se repite dos veces.

Pero no hay que olvidar que muy probablemente, pronto, será tarde.

Foto: Hitler votando en 1933

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