Christian Masello

 Por Christian Masello

Muchas cabezas, un solo cuerpo.

La gente se manifestó de forma masiva en Bariloche en el marco de la marcha en defensa de la universidad pública.

Imposible especificar la cantidad de personas.

Baste decir que el Centro Cívico estuvo lleno como pocas veces. Que se demoró más de una hora en que todos pudieran traspasar las arcadas para situarse en la plaza central. Que la enorme fila que partió desde Moreno y Onelli apenas pasadas las 17.30 alcanzó un largo de varias cuadras. Que, más allá de algunos cánticos partidarios y banderas que hacían referencia a diversos sectores políticos, lo que preponderó fue una militancia por el libre saber.

Tiempos raros estos… Leones sueltos hablan de libertad poniendo límites al conocimiento…

Así lo siente el cuerpo gigante, con muchas cabezas, que se pronunció en Bariloche, como en tantas partes del país.

Un cuerpo gigante que pretende aprender o enseñar, y que se permita que sus hijos aprendan o enseñen.

Un cuerpo gigante al que no se puede tildar de ignorante en su deseo de conocimiento.

“Que no nos quiten el sueño de progresar”, decía un cartel.

Nadie con cierto sentido común puede negar que la educación argentina perdió, en las últimas dos o tres décadas –con los gobiernos de distinto color político que se sucedieron–, aquella fama que cruzó fronteras, de escuelas y universidades que formaban a quienes pasaban a integrar una clase media que gozaba de una cultura muy superior a la de otros países.

Es cierto, entonces, que desde hace bastante se aprecia un resquebrajamiento en la educación, pero, de algún modo, se trata del efecto colateral de una sociedad en declive.

Los noventa –años que ahora, desde el poder actual, al menos en lo económico, parecen conformar un altar en el que se ofrendan nuevas víctimas– fueron el punto de partida para un descenso pronunciado que, más allá de oasis muy breves, no terminó nunca.

Sin embargo, con todos sus defectos, la educación pública nunca dejó de ser un lugar de resistencia. Contra la barbarie. Contra la tosquedad de una época donde los adelantos a veces no convergen con la realidad rústica que vive un país que pudo haber sido y no fue.

Ahora, si a esa educación herida que sin embargo levanta su lanza como –“en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”– hizo un hidalgo al que tildaban de loco pero que terminó siendo sinónimo de valentía, la intentan fusilar con un tiro de gracia que se efectúa mediante un desfinanciamiento enmarcado en un ajuste inhumano, ¿qué más queda?

“Ahorrar en educación es enriquecer la ignorancia”, decía uno de los letreros que se vio en la marcha barilochense. “Si la universidad está vacía, ¿de qué llenamos el futuro?”, cuestionaba otro.

El poeta canadiense Leonard Cohen, con cierto tono profético, hace más de tres décadas, escribió y cantó: “I’ve seen the future, brother: it is murder”. Metafóricamente, entonces, decía: “He visto el futuro, hermano: es un asesinato”. En la actualidad, cuando algunos que se visten de iluminados, creyendo que le hacen un favor al porvenir, limitan el aprendizaje a partir de un recorte que no tiene en cuenta el factor humano, conviene pensar que todavía es posible evitar aquel crimen cultural. Se trata sólo de comprender que hay cosas que no tienen precio. Porque el límite entre una economía de shock y un electroshock desaforado es muy delgado. Y todas las cabezas que formaron parte de la marcha en Bariloche, en un cuerpo único, no necesitan una terapia electroconvulsiva. Simplemente, pretenden que ellas y sus hijos, así como los hijos de sus hijos, puedan educarse e intentar prosperar en un mundo demasiado desigual como para aumentar aún más las diferencias.

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