Por Nicolas Mansutti Uremovich*
El presente escrito tiene como objetivo plantear algunas razones por lo cual la noción de apolítica, que se ve tan frecuentemente reflejada en los discursos que habitamos y en las conversaciones cotidianas, es una contradicción en sí misma.
Existen frases que han marcado a toda una generación en nuestro país, del tipo: “yo soy apolítico, no hago política”; “de política no se habla”; “todos los políticos son iguales”; etc., conformando ciertas temáticas como un tabú, o como un mito con sentidos instalados y que parecieran imposibles de cuestionar.
Este intento de despegue del Yo de una persona respecto de la noción de política, comúnmente responde a dos aspectos, siendo el primero de estos, los sentidos negativos que se han cristalizado alrededor de esta palabra; y el segundo, el recorte de sentido que se genera, equiparando a “la política”, con “lo partidario”, o con “los políticos”, los cuales son parte de una posible definición de esta noción, pero solo una pequeña. Los dos sentidos se corresponden causalmente, y se reproducen en los actos y en los comportamientos que cada uno de nosotros realiza.
Entonces, ¿Qué es la política?
Aunque es una respuesta compleja, ya que, para fundamentar acabadamente esta noción, deberíamos hacer un análisis socio-histórico, económico, cultural y hasta subjetivo; y más allá de la etimología de la palabra, que alude a las “polis” griegas:
La política se podría definir en esencia como una “acción ética”
“Acción”, en el sentido delejercicio de la praxis, que se encuentra orientada a un cambio; “Ética”, en el sentido de una relación del sujeto consigo mismo en la que él se asume y se responsabiliza de sí mismo. La ética es el terreno por excelencia de la decisión, de la elección.
Es importante aclarar que no es poco frecuente utilizar a la palabra “ética” y a la palabra “moral” como sinónimos, pero, aunque ambas están en relación constantemente, distan mucho de serlo.
La moral es simbólica y es del orden de lo universal. Son normas y leyes que, escritas o no, se inscriben en lo simbólico y están vigentes para todos los humanos. La moral, entonces, dicta normas, legisla, establece pautas y es desde ella que se vigila para que sean cumplidas. Entre el hombre y la moral se instaura una relación tensa, inestable y conflictiva, que impone al mismo una exigencia de autocontrol.
La ética, en cambio, en oposición a la moral, no posee ni postula un código que reglamente los comportamientos y las acciones humanas. Se distingue y se diferencia de la moral al no operar a partir de mandamiento externo alguno, ni divino ni humano. Precisamente, la ética implica y exige que el individuo sea “responsable de si”.
Ahora bien, borrar la distinción entre ética y moral equivale a moralizar la ética.
El problema en este punto, es que la moral siempre tiene un criterio estético, por lo general ligado a las culturas de las comunidades dominantes. Es en este marco, en que el mito de la apolítica se hace presente. El punto en el que el yo del hombre moderno toma la forma de un ‘alma bella’ que no reconoce la razón misma de su ser en el desorden que denuncia en el mundo.
En consecuencia, surge la lógica de los “nuestros” y los “extraños”, que actúa generalizando y atribuyendo a la totalidad de una comunidad, en este caso, los políticos, determinado significante.
Por esto la política es ética y no moral, por eso no existe nadie que pueda ser apolítico. En todo caso, puede ser un sujeto político, adepto a los criterios morales de la cultura dominante, aunque lo ignore.
* Lic. En Psicologia MPCH 1034