Por Alejandro Bercovich.

 

El domingo pasado, cuando todos los diarios españoles publicaron la misma portada para concientizar sobre el coronavirus, el secretario de Medios de la Nación llamó por teléfono a Martín Etchevers para sugerirle que los matutinos argentinos hicieran algo parecido. Al máximo lobista del grupo Clarín, presidente a su vez de la Asociación de Entidades Periodísticas (ADEPA) y mano derecha de Héctor Magnetto, le encantó la idea de Francisco «Pancho» Meritello. Antes de asumir, Meritello dirigía las publicaciones del Grupo Octubre, como Página/12 y AM 750, la radio donde Víctor Hugo Morales conduce a diario un programa.

 

Esa misma tarde, el propio Etchevers y el director ejecutivo del diario La Nación, Fernán Saguier, acudieron a reunirse con Meritello y con el subsecretario de Medios Públicos, Claudio Martínez. Como los dos funcionarios estaban en plena preparación de los contenidos audiovisuales que desde el día siguiente emitirían los canales de televisión públicos para los alumnos sin clases, los empresarios se acercaron al lugar donde habían reunido a sus equipos. Era en el antiguo predio de la ESMA, donde ahora funcionan el Espacio Memoria y el canal Encuentro. Una ciudadela plagada de símbolos, desde donde organismos de derechos humanos denunciaron más de una vez la complicidad de las empresas periodísticas -especialmente, Clarín y La Nación- con la represión de la última dictadura.

 

Fue quizás la hipérbole de lo que también vivió Matías Kulfas, hundido en la trinchera del combate a la especulación y el acaparamiento de productos en medio del pánico al Covid-19. El ministro de Desarrollo Productivo se sorprendió por la cantidad de llamados de empresarios que recibió durante el fin de semana. Todos querían ofrecerle ayuda y ponerse a su disposición «para lo que hiciera falta».

Desde los dueños de La Anónima, de la familia del exjefe de Gabinete Marcos Peña, hasta un gerente de MercadoLibre, cuyo dueño se mudó a Uruguay apenas asumió Alberto Fernández. Los enviados de Marcos Galperín incluso le avisaron que habían levantado de su plataforma de venta online unas 500 publicaciones de vendedores inescrupulosos que ofrecían alcohol en gel y barbijos a precios de oro.

No extrañó, en ese contexto, que el radical Mario Negri se entregara un par de días después al frenesí del combate contra el «enemigo invisible» que el Presidente llamó a encarar entre todos, como rezaba el titular calcado de todas las portadas de los diarios de ayer. La metáfora bélica del jefe del interbloque de Juntos por el Cambio, con ecos malvineros, sintonizó la misma retórica que el «estamos en guerra» del francés Emmanuel Macron. «El Presidente es el comandante de esta batalla porque así lo decidió el país», soltó. Sergio Massa se sintió en condiciones de agregar que, virus mediante, ya no hay en el país oficialismo ni oposición.

 

Cerrame la ocho

 

El comandante-presidente quiso cerrar las fronteras terrestres de todo el país y bloquear los vuelos internacionales incluso antes que cuando lo hizo, según confirmaron a BAE Negocios fuentes del gabinete y del comité de epidemiólogos. Por eso anunció su decisión apenas se supo que lo hacía Donald Trump en Estados Unidos. Lo sintió como una especie de habilitación. También procuró disponer el aislamiento total y la cuarentena obligatoria antes de ayer, cuando finalmente los dispuso.

 

Es un desfiladero estrechísimo por el que Fernández tendrá que caminar con cuidado si no quiere que los reflejos autoritarios de una parte de la dirigencia política y la historia represiva de las fuerzas de seguridad lo empujen a indeseables pisoteos de la democracia. Como lo que se vivió en Villa Lugano anteayer, cuando patrulleros de la Policía Metropolitana salieron a advertir a los vecinos que «no caminen», «no corran» ni «hagan ejercicio ni picnic en el pasto». Una advertencia que no se basaba en norma alguna y que no se replicó, por ejemplo, entre quienes trotaban a la misma hora por el Rosedal de Palermo o por el Vial Costero de Vicente López.

 

Más grave fue lo que ocurrió con 18 asilados políticos bolivianos que habían llegado a La Quiaca como víctimas de persecuciones de la misma dictadura que el gobierno argentino denuncia ante el mundo. La policía jujeña los obligó a abandonar el hotel donde paraban invocando el decreto del cierre de fronteras, aun cuando tenían todos los papeles en regla. Debió pedir por ellos la ACNUR, el comité de refugiados de la ONU.

 

El mismo domingo de la reunión en la ESMA con los dueños de medios de comunicación, Kulfas instruyó a los inspectores de Comercio Interior a iniciar sus recorridos por comercios para combatir la especulación. Como son pocos y relativamente inexpertos, salieron a trabajar en tándem con otros más veteranos de la AFIP y del Ministerio de Trabajo. Así llegaron por ejemplo a encontrar un barbijo en una cadena de farmacias -fundada por un importante exfuncionario macrista- que se ofrecía a $50, un precio diez veces superior al habitual.

 

¿Qué pasará con los especuladores que agarren in fraganti, aun cuando todos ofrezcan ayuda por teléfono? ¿Cómo quedará la Argentina después del «reseteo» que anticipan en Economía para después de la presentación que hará hoy Martín Guzmán ante los acreedores extranjeros y una vez que haya pasado esta pandemia? ¿Cómo hay que leer el éxito que tuvo esta semana el megacanje de títulos en pesos? ¿Un espaldarazo externo o un salto al vivir con lo nuestro? Y si en el Gobierno vienen ganando terreno los defaulteadores, incluso desde antes que todo se desmoronara ¿harán después del borrón y cuenta nueva como Barack Obama, que eligió rescatar a los bancos? ¿O como Trump, que estudia darle un cheque a cada estadounidense?

 

Terror

Son dos tipos de dilemas distintos. Los económicos, que venían de antes, y los políticos, que se presentan en medio de catástrofes como ésta, montados sobre miedos que también florecen ante lo desconocido. ¿Es lo mismo obedecer las directivas de un mando sanitario unificado que deponer toda diferencia política respecto del manejo de la crisis? ¿Exige el combate a una epidemia suspender todo disenso? ¿Hay una sola forma de evitar que la economía naufrague en medio del aislamiento social? ¿Acaso es lo mismo condonar el pago de contribuciones patronales a los empresarios de sectores afectados por la corona-crisis que extender el pago del bono extraordinario de $3.000 a todos los jubilados -no solo los de la mínima- o incluso a los empleados precarizados que tantas compañías camuflan como monotributistas?

 

El miedo a la muerte suele nublar toda razón. En nombre de la salud, a lo largo de la historia, muchos dirigentes políticos ejercieron el poder con mano de hierro y sin licencia para la discusión. El más audaz de los revolucionarios franceses, Maximilien Robespierrre, desató el período de ejecuciones sumarias de contrarrevoluconarios conocido como «El Terror» desde el Comité de Salut Public, un órgano ejecutivo impulsado por los jacobinos. Su traducción correcta es Comité de Salvación Pública, aunque en muchos libros figura como Comité de Salud Pública.

 

Si bien el mando centralizado, la consulta permanente con su mesa de infectólogos y epidemiólogos y la coordinación entre jurisdicciones le granjeó hasta ahora al Gobierno resultados mucho mejores que los del resto de América en términos de «aplanar la curva» de infectados con el Covid-19, la tentación unanimista puede no ser la manera más sana de cerrar la grieta política que divide a la Argentina. Si es con todos, pero de verdad, ese «todos» no tiene por qué ser homogéneo ni unívoco. Necesita ser democrático.

 

No es algo que inquiete aún el establishment. Quizá porque nadie -todavía- le reclamó el esfuerzo extraordinario que suelen solicitar los gobiernos a los sectores más acaudalados durante catástrofes o guerras. Como le exigió Martín Miguel de Güemes al resto de la alta sociedad salteña durante las guerras de independencia. Como obligó Dwight Eisenhower a los ultra-ricos estadounidenses para combatir al comunismo en los años 50. En algún momento, eso llegará. Porque a los pobres y a la clase media no se los puede exprimir más y porque alguien tendrá que costear la reconstrucción. ¿O acaso alguien piensa que el Fondo Monetario nos va a sacar de ésta?

 

 

Fuente: Resumen Latinoamericano.

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