Por Ignacio Arroyo Hernández

El principal temor tras unas elecciones italianas siempre es que el ganador cumpla sus promesas. Esta vez, sin embargo, ese temor parece infundado: el programa de la gran vencedora, Giorgia Meloni, acusadamente de derechas, y cercano tanto a planteamientos de la Lega como del movimiento Cinco Estrellas, resulta convenientemente vago, y ha de permitir que la primera mujer en presidir un ejecutivo en Italia navegue con cierto margen de maniobra.

Único partido refractario desde el primer momento al gobierno técnico de Mario Draghi, Fratelli d’Italia ha visto premiada su coherencia por un cuerpo electoral tradicionalmente inclinado a votar movido por el descontento y a castigar la incapacidad de obtener resultados rápidos. Pueden dar cuenta de ello Salvini, castigado líder de la menguante Lega –cuya renuncia al “Norte” en el nombre coincide con el batacazo en su territorio originario– o di Maio –flamante ministro de Asuntos Exteriores con el Movimiento 5 Estrellas, condenado ahora a la irrelevancia con su improvisada escisión electoral, producto de su ruptura con la formación creada por el cómico Beppe Grillo–. En ambos casos, de coliderar un ambicioso ejecutivo a protagonizar sonoros fracasos.

Mejor suerte ha corrido el propio Movimiento 5 Estrellas, que tras sostener primero y dejar caer después el Gobierno Draghi –a solo seis meses de su conclusión natural– y desplomarse durante meses en los sondeos, ha protagonizado una notable remontada, bajo la guía de un imprevisible Giuseppe Conte. Imbuido de populismo, el movimiento anticasta parece por momentos adelantar por la izquierda, ocupando un nicho vacío, al propio Partido Democrático. Este, autodeclarado baluarte contra el fascismo y dique contra los populismos, pero sumido en una crisis total de identidad y liderazgo, que tendrá como primer efecto la renuncia de su secretario, Letta, no ha conseguido vender su mercancía moderada y socialdemócrata. Parte de su electorado estaría listo para abandonarlo en brazos del citado M5S o bien del Tercer Polo, de Calenda y Renzi: la novísima coalición entre las pequeñas formaciones personalistas Italia Viva y Azione, liberal-reformista, no materializa las expectativas, pero demuestra con su cuota de voto la existencia de un espacio central –compartido con los primos de +Europa guiados por Emma Bonino–, deseoso de incidir en los equilibrios del país como, en su día, Ciudadanos en España.

Una lectura benévola de los resultados desde la izquierda subraya que la suma de los votos del PD, Movimiento 5 Estrellas y tercer polo supera numéricamente la coalición electoral de centroderecha. En realidad, el segundo pilar del éxito electoral del Movimiento 5 Estrellas, tras el asistencialismo para con el sur, es la retórica anti-Draghi, que jamás habría podido desplegar sin distanciarse convenientemente del PD.

Tras vencer en los comicios, Meloni deberá formar un gobierno y mantenerse con él en el poder. No faltarán obstáculos internos y externos. En su partido escasean figuras solventes con las que construir un equipo. En Italia, la debilidad de sus aliados, Lega y Forza Italia, canibalizados por la propia Fratelli d’Italia, choca con sus pretensiones de ocupar, respectivamente, las importantes carteras de Interior y Asuntos Exteriores. En el ámbito europeo, la gestión –o renegociación–  del fondo de recuperación y la elaboración de unos presupuestos generales del Estado con el plácet comunitario serán duras primeras piedras de toque. En el ámbito internacional, el decidido atlantismo de Meloni y su firme condena de la agresión rusa deberían librarla de las complicaciones que el filoputinismo de sus aliados podría acarrear. En todo caso, la futura premier ha venido trabajando en los últimos tiempos para presentarse como una figura respetable fuera de los confines italianos y para tranquilizar así tanto a los mercados como a los organismos políticos internacionales.

Conviene tener mucho cuidado con lo que se desea, porque puede hacerse realidad: lo que queda del maltrecho centro-izquierda italiano suspiraba por un mayor peso de las mujeres en la política y por una cierta estabilidad de los gobiernos. El triunfo de Giorgia Meloni satisface lo primero y podría satisfacer también lo segundo. Gracias a una compleja ley electoral, que combina un sistema proporcional con uno mayoritario, y premia la concentración del voto en clave territorial –algo bien conocido en España–, creando notables asimetrías entre votos y escaños, penalizando al Partido Democrático y premiando a Fratelli d’Italia en todo el territorio y al Movimiento 5 Estrellas en el sur, una vez concluido el recuento el centroderecha podría formar un gobierno sólido capaz de agotar la legislatura, toda una proeza en Italia. El terror del Partido Democrático, quizás no tanto relativo al advenimiento del fascismo como a la pérdida de poder a nivel nacional y territorial, podría mitigarse por la constatación de que, aunque contundente, la victoria de Meloni no se traducirá en los dos tercios del Parlamento necesarios para realizar reformas institucionales de enorme calado.

La vida política italiana, a estas horas, sigue animadamente adelante: el PD, tras su propio fracaso, propina autocrítica a sus adversarios y a sus propios electores, Berlusconi saborea su digno resultado emergiendo de su sarcófago y un partido silencioso, el de la abstención, asume haber alcanzado cotas nunca vistas; mientras tanto, en los cuarteles generales del Partido de la Locura Creativa, única formación realmente transversal, se ponderan los más de 1400 votos recibidos. Giorgia Meloni, exministra de Juventud con Silvio Berlusconi, repasa, por su parte, su pragmática hoja de ruta: asumir un perfil bajo, evitar la confrontación con las instituciones europeas, mantener básicamente el rumbo económico del Gobierno Draghi y contentar a los seguidores más escorados con concesiones en ámbito social más simbólicas que reales. Como reza un dicho italiano, quería la bicicleta y ahora le toca pedalear, por un escenario inédito en la historia de la democracia italiana.

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