Por Karen Cuesta

En las últimas semanas, Carolina Ardohain, conocida como Pampita, fue noticia no solo por el nacimiento de su hija Ana sino también por su pronta recuperación después del parto y el regreso a sus compromisos laborales. Lejos de poner en el centro del debate el cuerpo o la manera de maternar de la conductora, se vuelve necesario hacer hincapié en las exigencias de perfección posparto que circulan en los medios de comunicación.

Más allá de los avances en cuanto cuerpos diversos logrados por los feminismos, cada vez que una mujer famosa tiene une hije se destaca su apariencia después de parir. Tanto en los medios como en las redes sociales desbordaron los mensajes del estilo «Pampita se ve espléndida a días de ser mamá», «Así está Pampita hoy: antes de cumplirse una semana del parto», «Pampita deslumbró con su figura tras una semana del parto».

Sin poner el foco en la vida de Pampita, los medios insisten con la idea de «estar perfecta» después del parto, lo cual se suma a las tantas exigencias que tenemos las mujeres. Al celebrar que las madres estén flacas, valorar positivamente la falta de estrías o remarcar que vuelven a trabajar a los pocos días de parir, lo que se logra es generar modelos y estereotipos inalcanzables de cómo deben ser las madres en general.

A pesar de las diferencias de quienes trabajan de la estética de su cuerpo y quienes trabajan de cualquier otro rubro que les permita llegar a fin de mes, el patriarcado existente en nuestra sociedad exige a las mujeres en primer lugar ser madres, luego ser buenas madres y, como si todo ello fuera poco, estar siempre felices, descansadas y recuperar en poco tiempo el peso y la vida de antes de parir.

¿Por qué los medios no utilizan los casos de famosas embarazadas para hablar de la depresión posparto, la lactancia y la falta de licencias por paternidad? La respuesta es sencilla: porque esos temas permiten cuestionar en lugar de reproducir los estereotipos patriarcales de nuestra sociedad.

Esther Vivas, en su libro Mamás desobedientes, explica que el problema de seguir reproduciendo este mensaje es que reaviva la idea de que las mujeres deben ser las «Súper mamis»: mujeres madres con múltiples obligaciones como ser buenas madres, poder con todo y, además, estar espléndidas, con un físico impecable, como si nada hubiese pasado por su cuerpo.

En oposición a la falsa idea de perfección posparto, la semana pasada se llevó a cabo la semana de la lactancia materna que busca concientizar acerca del proceso. Respecto a ello, la ginecóloga y obstetra Melisa Pereyra, conocida en redes como Ginecoonline, realizó un posteo mostrando la realidad de las mujeres a los pocos días de ser madres y las dificultades a la hora de la lactancia: dolores, falta de espacios y tiempos laborales, entre otros.

Parece tan obvio como indispensable aclarar que la crítica no es a una modelo en particular sino al sistema. Un sistema que propone como única posibilidad la mujer «bella», productiva, que cuenta una historia en la que no existen ni las licencias ni el puerperio ni los dolores. A la vez que remarca como positivo la pérdida de peso. ¿De verdad en el año 2021 seguimos opinando sobre los cuerpos ajenos y aplaudiendo a las mujeres cuando adelgazan?

Otra mujer, la sexualización de siempre

La obligación de quedar «esplendidas» después de un parto no fue la única noticia que puso el foco en el rol de las mujeres en la vida social. También la semana pasada, tras darse a conocer la lista de ingresos a la Quinta de Olivos durante la cuarentena, el diputado de Juntos por el Cambio Fernando Iglesias tuvo dichos violentos acerca de Florencia Peña, quien fue una de entre muchos hombres que habían mantenido reuniones con el presidente de la Nación.

Lejos de cuestionar el accionar de los hombres de la lista o de investigar acerca del propósito de dichas reuniones, el diputado realizó diferentes posteos acompañados de fotos de campañas en ropa interior de la conductora, además de hacer referencia a que la visita no había sido de índole político sino sexual.

¿A alguien se le ocurriría cuestionar una reunión entre hombres o acusar a un actor o conductor que ingresa a la Casa Rosada de mantener relaciones sexuales con el primer mandatario? La respuesta es no. Porque Fernando Iglesias no es el único, son muchos los que ante un desacuerdo político con una mujer buscan descalificarla sexualizándola o criticando su vida sexual y amorosa en lugar de debatir ideas como pares.

En relación con lo anterior, no darles el lugar a las mujeres para mantener un debate de igual a igual solo reproduce el mandato machista que ubica a las mujeres en un lugar inferior, donde se las puede en primera instancia desacreditar pero también insultar y agredir.

Por otra parte, cabe destacar que Fernando Iglesias, al igual que Waldo Wolff, no son simples usuarios de Twitter sino que son diputados que tienen una responsabilidad como gobernantes para con su pueblo y sus dichos o los tipos de violencia que ejercen para con las mujeres deben ser repudiados en mayor medida. Es por ello que la diputada Gabriela Cerruti, acompañada de otras colegas, pidió la sanción y expulsión de Iglesias de la Honorable Cámara de Diputados.

En repudio a estos hechos, desde el proyecto Mujeres que no fueron tapa aseguraron que «no necesitamos estar de acuerdo para reconocer y repudiar la violencia. Florencia Peña está siendo víctima de violencia digital de género desde hace varios días. No acordamos con lo que promueve en sus redes, en sus formas y discursos, y hasta hemos sido atacadas por ella en alguna oportunidad. Pero eso no nos impide ver lo que sucede y denunciar la violencia que se ejerce sobre ella».

La violencia contra las mujeres adquiere formas más o menos sofisticadas, pero las consecuencias son las mismas: eliminarnos de los espacios, silenciarnos. Cuando se silencia a una mujer nos están silenciando a todas, se está moralizando con ese ejemplo a las demás. Cuando una mujer tiene voz, cuando una mujer quiere salir del ámbito privado y desempeñarse en el ámbito público, será objeto de los discursos de odio por ser mujer.

Erradicar la violencia simbólica resulta esencial para terminar con la violencia de género en todas sus formas. Para ello, es necesario dejar de concebir a las mujeres como objetos, para reconocerlas como sujetas de derecho y desnaturalizar los espacios donde se legitima la diferencia como desigualdad. A romper moldes, correrse de los límites, cuestionar estereotipos hasta que la libertad deje de ser privilegio masculino.

Fuente: Escritura Feminista

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *