Por Noam Titelman
En 2016, una incipiente coalición sacudió la política chilena con una inesperada victoria en el municipio de Valparaíso. Al año siguiente, pese a que los pronósticos electorales no eran auspiciosos, la nueva coalición logró consolidarse con un sorprendente resultado en las elecciones presidenciales y parlamentarias (en las que obtuvo 20 diputados y un senador).
El Frente Amplio (FA), cuyos jóvenes liderazgos habían emergido al calor de las movilizaciones estudiantiles de 2011, incluía una diversidad de colectivos y partidos de un amplio espectro político e ideológico. Luego de su éxito inicial, abundaron las especulaciones sobre su capacidad para seguir creciendo e incluso convertirse en fuerza de gobierno. Los primeros dos años del FA estuvieron marcados por quiebres y pujas internas que fueron erosionando su imagen. En medio de estas trifulcas, hacia finales de 2019, Chile vivió un estallido social sin precedentes, que llevó a millones de personas a la calle e hizo caer abruptamente la aprobación del gobierno de Sebastián Piñera y produjo una fuerte erosión de la institucionalidad política construida en la transición posdictadura. Muchas cosas explicaban este estallido pero un elemento fundamental, sin duda, era una crítica sin cuartel a todos los partidos del sistema político y una denuncia de los puntos ciegos de la transición democrática. En un comienzo, parecía que las críticas a los partidos tradicionales podían traducirse en un apoyo a las nuevas organizaciones del FA, pero no fue así. Quienes habían sido impugnadores del orden político precedente se vieron a su vez apuntados por la ciudadanía.
El golpe más duro a la nueva coalición se dio luego de que varios de sus principales dirigentes pusieran sus firmas y las de sus partidos para un acuerdo transversal de la política que habilitaba el comienzo de un proceso constituyente que canalizara institucionalmente las demandas sociales. Para lograr ese acuerdo se realizaron concesiones, como aceptar que los artículos de la nueva Carta Magna se aprobaran con dos tercios de la Convención Constitucional, lo que daría más poder de veto a los sectores conservadores.
Algunos en el FA vieron esta firma como una traición. Una serie de quiebres redujeron significativamente la presencia parlamentaria de la coalición. El último golpe ocurrió cuando, luego de que se confirmara una nueva alianza con el Partido Comunista (PC), cuatro diputados abandonaron la organización. Varios medios de comunicación se apresuraron a declarar la muerte del FA, asegurando que lo que quedaba de él sería absorbido por la identidad PC. Entre la propia militancia del FA empezó a instalarse la pregunta de si su destino sería ser la primera coalición del nuevo orden político que comenzaba a nacer con el estallido social, o la última de un orden en declive.
Este fue el telón de fondo de las elecciones del 15 y 16 de mayo, en las que se eligieron los integrantes de la Convención Constitucional, alcaldes y gobernadores. Varios analistas pronosticaron (basados en algunas encuestas, elecciones previas y proyecciones) una elección sin sobresaltos, marcada por el voto de los mismos electores de siempre, que les habían dado sendas victorias a los dos bloques principales de la política chilena en los últimos 30 años. Por un lado, la coalición de centroizquierda, heredera de la Concertación de Partidos por la Democracia que lideró el proceso de transición para terminar con la dictadura de Augusto Pinochet. Por otro lado, la coalición de derecha que se construyó originalmente como defensa del legado de la dictadura, pero, con el pasar de los años, intentó (con algún éxito) exorcizar esa marca de nacimiento. Los analistas no podían estar más equivocados.
El Tribunal Electoral ni siquiera ha terminado de certificar las elecciones, pero ya está claro que esta elección ha constituido un verdadero terremoto para la política nacional. En la Convención Constitucional se dio un colapso de la votación de derecha, articulada en el bloque Chile Vamos, que la llevó a cerca de 20% de los votos (en 2017 el actual presidente de derecha, Sebastián Piñera, había ganado la segunda vuelta de la elección con 54%) y un desplome en la votación de la lista de centroizquierda tradicional (la lista del Apruebo), que incluye al Partido Socialista, la Democracia Cristiana y otras fuerzas de centroizquierda.
Quizás el ejemplo más notorio de esta crisis fue el de la Democracia Cristiana, que solo logró elegir a un militante de sus filas para la Convención Constitucional (el presidente del partido). La principal sorpresa la dieron cientos de candidatos independientes que resultaron elegidos. De los 155 miembros de la Convención, 103 no tienen militancia política. A diferencia de los dos bloques tradicionales, el recientemente estrenado bloque de izquierda del PC con el FA logró mantener e incluso crecer en presencia, superando a la lista de centroizquierda (articulada en el bloque Apruebo) en número de constituyentes. Sin embargo, la mayor sorpresa se dio en las elecciones municipales que se hicieron en paralelo. En ella el PC, pero sobre todo el FA, lograron arrebatarle populosas e icónicas municipalidades a la derecha. Desde comunas populares hasta algunas de clase media alta, la propuesta de esta coalición logró concitar un apoyo sorprendente. En comunas que incluían icónicos puestos alcaldicios de la derecha, como el de la comuna de Santiago centro, donde se encuentra el edificio de la Moneda, y Maipú, la segunda comuna con más habitantes de la Región Metropolitana, el triunfo fue innegable. En estas comunas fueron electos Irací Hassler, de 30 años y del PC, y Tomás Vodanovic, también de 30 años y del FA, al igual que Javiera Reyes en Lo Espejo. A estos resultados, se suman triunfos en Viña del Mar, Valdivia y otras localidades.
Varias de estas victorias son sorprendentes porque se dan justamente en el espacio municipal. Estas elecciones históricamente han estado marcadas por redes clientelares y máquinas partidarias consolidadas, que han hecho difícil el arribo de terceras fuerzas. Además, una de las cosas más llamativas de las victorias del pacto de izquierda es su transversalidad en términos socioeconómicos. Desde comunas populares dominadas por clases trabajadoras, como Lo Espejo, hasta de clase media alta como Ñuñoa, donde ganó la Alcaldía Emilia Ríos (32 años, del FA), se recorre prácticamente todo el escalafón social de la ciudad capitalina, y ambas han quedado en manos de alcaldes de la nueva coalición de izquierda. Incluso en la comuna de Las Condes, icónica residencia de las clases altas del país y reducto de votos de la derecha, una candidata del FA, Isidora Alcalde, logró ser electa al concejo municipal.
Las razones de este arribo masivo a las municipales son diversas. Sin duda, una parte central recae en la crisis política desencadenada desde el estallido social de 2019, que se ha materializado en una demanda de renovación de la política, junto con una desconfianza profunda frente a la política tradicional. Pero también parece haber algo en la oferta política de la coalición de izquierda que la hizo particularmente atractiva en este escenario.
El primer elemento que tienen en común los candidatos municipales exitosos es el trabajo territorial y una trayectoria vinculada a las comunas por las que compitieron. Activistas locales, concejales, encargados territoriales de las diputaciones: esas son las experiencias que marcan los años previos de todos ellos. Mientras los medios y el debate público habían estado marcados por las trifulcas, quiebres y renuncias de las vocerías nacionales en el Parlamento, estos jóvenes estuvieron «haciendo la pega», trabajando con las juntas de vecinos, organizaciones de pobladores, medios locales y distintas expresiones sociales organizadas en estas comunas. Además, son todas candidaturas que tuvieron un especial cuidado en generar programas participativos en las comunidades que los habían visto trabajar durante los años anteriores. Esto explica en gran medida que hayan podido contrarrestar el sentido clientelista de las elecciones municipales, dominado por los grandes partidos, que solía funcionar como cortafuegos.
Otro elemento que marca a los nuevos líderes comunales es su juventud. En general, tienen, como mencionamos, en torno de 30 años. Políticamente, es la primera vez que varios de ellos asumen un rol de dirigencia institucional, aunque muchos tuvieron experiencias en el movimiento estudiantil. En este sentido, ha sido clave la experiencia de la movilización estudiantil de 2011. Aquello es relativamente obvio en el caso del FA, pero se repite en el PC. Las dos nuevas alcaldesas del PC en la Región Metropolitana (Lo Espejo y Santiago Centro) fueron dirigentes estudiantiles de la Universidad de Chile. En este sentido, las actuales elecciones reflejan en el nivel municipal un fenómeno ya observado en el Parlamento. Se trata del arribo de una nueva generación de dirigencias, ya sea en el FA o en el PC (el caso más conocido es el de Camila Vallejo, también ex-dirigente estudiantil de la Universidad de Chile).
Junto con la juventud, es notoria la presencia de liderazgos femeninos y feministas. Varias de las recientemente electas alcaldesas tuvieron roles protagónicos en la marea feminista que surgió en Chile en 2018 y ha logrado penetrar profundamente en el debate público (la Convención Constitucional fue electa con estrictas normas de paridad, que aseguraron igual participación de varones y mujeres). De este modo, no es de extrañar que, por ejemplo, el lema de campaña de la candidata a alcaldesa de Ñuñoa, Emilia Ríos, estuviera centrado en «traer el feminismo al municipio».
Finalmente, un aspecto llamativo de varias de estas candidaturas exitosas es que se trata de jóvenes profesionales, varios graduados en las mejores universidades del país. Por un lado, estas candidaturas encarnan el surgimiento de la nueva clase media chilena, marcada por el acceso masivo a la universidad. Por otro lado, también les han permitido a las candidaturas de izquierda, tradicionalmente atacadas en los espacios locales por su supuestamente escas capacidad de gestión, mostrarse como una alternativa de excelencia administrativa, ante casos de ineficiencia, inoperancia o franca corrupción de los gobiernos comunales.
¿Por qué votaron quienes votaron por la coalición del FA y el PC? Específicamente, una de las preguntas que ha surgido luego del resultado electoral es cuál es esa identidad del FA que, contra los pronósticos, estuvo lejos de ser absorbida en la reciente coalición con el PC. Al parecer, los electores sí percibieron una identidad propia del FA, que en lugar de diluirse en la identidad comunista, se vio como complementaria. Es una identidad claramente diferente de la de 2017, que era políticamente más difusa y definida en oposición a los bloques tradicionales. En este sentido, el «nuevo» FA tiene menos amplitud política, pero más profundidad social. Además, la firma del acuerdo que dio inicio al proceso constituyente ha quedado ineludiblemente asociada a su marca. Lo que algunos veían como un pasivo ha terminado consolidando una imagen de FA más maduro.
Si el PC ha tomado el rol impugnador que antiguamente tenía el FA, este ahora se consolida en su posición crítica, de renovación desde la sociedad organizada, claramente posicionada en la izquierda, pero anclada en un sentido republicano de democracia y diálogo. Tanto es así que una de las figuras protagonistas de la firma del acuerdo político que alumbró la Convención Constitucional, el diputado y ex-dirigente estudiantil Gabriel Boric, se ha alzado como su carta presidencial para las elecciones de noviembre de este año.
Algunos de quienes daban al FA por muerto y enterrado ahora le asignan un rol crucial como articulador entre «lo nuevo» y «lo viejo» en la política nacional. Por otro lado, si bien este nuevo FA se ve más consistente ideológicamente y sus principales liderazgos parecen haber madurado al calor de las crisis y derrotas de los últimos años, todavía no es claro cómo enfrentará este nuevo ciclo político, ahora que ha consolidado su posición. Aunque ha comenzado a emerger un incipiente sentido de militancia frenteamplista, antes completamente ausente, las tendencias centrifugas y la propensión a los quiebres de las frágiles instituciones partidarias que lo componen siguen allí.
Será un gran desafío para el conglomerado superar estas tendencias, en medio de la vorágine que ha traído el nuevo escenario político chileno. Además, por mucho que los recientes resultados reflejen una mejor posición relativa en la evaluación que hace la población de esta coalición, el FA no escapa de buena parte de las críticas y denuncias dirigidas a los partidos y al sistema político. En este sentido, una pregunta urgente es cómo afianzar e integrar las nuevas fuerzas que están naciendo desde el estallido en forma de candidaturas independientes y que han sido las grandes ganadoras de las elecciones.
El FA y la nueva izquierda chilena todavía está muy lejos de haber logrado generar mayorías nacionales consistentes que puedan gobernar el país. En cualquier caso, parece que lo que el FA sí se ha ganado es la oportunidad de ser parte del nuevo capítulo de la política chilena. Ahora tendrá que demostrar que, más allá del trabajo territorial y la movilización electoral, es capaz de gestionar exitosamente los nuevos municipios que gobierna. Los electores han decidido darle una oportunidad para mostrarlo, pero no dudarán en abandonarlos si fallan. Además, las elecciones parlamentarias y presidenciales, que se realizarán en pocos meses, serán un importante termómetro de cuán consolidada está la apreciación del FA en la opinión popular. No hay ninguna certeza al respecto. Un conglomerado que ha demostrado convicciones firmes y acertadas puede perfectamente errar. «La duda debe seguir a la convicción como una sombra», es la cita de Albert Camus que Boric suele parafrasear como mantra. Un buen resumen del desafío que se le plantea a la renovada nueva izquierda chilena.
Fuente: NUSO