Por Mag de Santo

En los territorios colonizados, tenemos la figuración de Cristóbal Colón como un actor central en las narrativas de las Artes Bellas, la alta cultura y las prácticas artísticas de las elites intelectuales. Un gran teatro de ópera -acaso de las instituciones artísticas con mayor presupuesto-, avenidas, paseos, plaza, bares. Es más, no tenemos sitio que no nos recuerde algún aventurero blanco-criollo buscador de plata, un inmigrante italiano usurpador de tierras, o inglés administrador de fábricas.

Todas estas almas infames pululan en nuestra memoria cotidiana. La historia del monumento de Colón en Buenos Aires y la epopeya confortativa entre esculturas nos dispone en un escenario urbano en el que Juana Azurduy no logra ser el rostro de la Casa de Gobierno -cuya feminización de Rosada sólo opera como legado colonial de la pintura hecha con sangre ¿derramada?-; en su batalla Juana no logró desplazar al tirano Cristobal de su plaza. Mientras en Ciudad de México el genovés sería reemplazado por una mujer indígena, en Chiapas las comunidades indígenas tiran abajo en 1992 a un capitán español, y el año pasado en el valle del Cauca colombiano y los pueblos andinos han destronado a sus colonos, alianzas y ecos del movimientos de afros organizados. Nuestra Juana Azurduy, financiada por el estado plurinacional boliviano, con machete y bebé en aguayo solo se sostiene con el apoyo arquitectónico y simbólico del Centro Cultural -y descomunal- Kirchner para mantenerse en pie; porque luego de litigios y una pulseada perdida se erige más blanco e impoluto que antes el Colón de Arnoldo Zocchi en el Aeropuerto Jorge Newbery, consagrando la ofensa, en tierras fiscales.

El mamotreto de mármol de Carrara de casi 700 toneladas es resultado de un “regalo” -como todo don, dirá el argelino Derrida, nos posiciona en el lugar de la falta- fue impulsado y financiado por el gran empresario italiano Antonio Devoto -que logró su propio barrio y la construcción del mercado del Abasto, mediante la adquisición de casi trescientas cincuenta hectáreas para proyectos de explotación agrícola-. Paradójicamente, nos enseña Achille Mbembe en Por un entierro simbólico del colonialismo, un manual de políticas patrimoniales anti coloniales, mantener esos viejos bastiones coloniales no significa ausencia de transformación del paisaje simbólico. En efecto, ya los golpes de rojo sobre el bronce de la escultura de Roca, en Diagonal Sur, van conformando las marcas de resistencia y memoria en el recorrido por el casco histórico de la ciudad.

EL DEDO CONQUISTADOR

“En principio me interesó este monumento porque fue desplazado y desmembrado, como si así se pudiera comenzar a deshacer ese sentido tan único que viene a imponer”, afirma Alexis Minkiewicz, autor de La piedad de las estatuas, un conjunto de grandes esculturas expuestas en el patio de la Manzana de las Luces, en el marco del proyecto “NO OFICIAL. Historias montadas, relatos disidentes”, de la nueva edición Bienal Sur.

La operación del artista no solo divorcia sus partes sino que quita los símbolos de la espalda y la Biblia para optar únicamente por los marineros, las alas y una imagen grecolatina que los señala en lo alto configurando así una escena de los mitos fundaciones de occidente extrañada e intervenida por otros referentes. Aquel dedo conquistador ahora se ha vuelto contra sí mismo.

“Desmontar el legado colonial pareciera requerir de una operatoria más compleja que la de remover sus símbolos y reemplazarlos por nuevos. Aunque el monumento a Colón ya no esté en el entorno de la Casa de Gobierno, su imagen allí prevalece intacta en la memoria colectiva. ¿Cómo producir mutaciones más prolíficas para el imaginario social?” Cuestionan los curadores Leandro Martínez Depietri y Diana Wechsler, también directora artística y académica de Bienal Sur. En el patio de La Manzana de las Luces, bastión de la independencia burguesa criolla, y a exactamente cien años de la inauguración de aquel monumento controvertido, nos encontramos la obra de Minkiewicz. Ella se componen de cuatro núcleos de esculturas distantes, eróticas, livianas y huecas en delicado equilibrio.

En el centro de la escena, el Colón de Zocchi patas arriba, penetrado por el ano por los tentáculos enormes de un pulpo, que lo succiona y fagocita, lo envuelve y desdibuja su forma humana. La referencia directa a la obra del japonés Hokusai, en El sueño de la esposa del pescador, parece invertirse y es el propio Colón que es ahogado por su deseo, al mismo tiempo que al encontrarlo solo y hundido -casi bajo el agua- se diluye la imaginería de poder que habitualmente lo reviste como navegante erecto. “El Colón está sobre esa escollera que fue construida con unas piedras patrimoniales que estaban ahí, unos granitos. Y después lo luchadores shibarizados, uno arriba del otro, con esa práctica que remite al tratamiento del cuerpo expandiendo las sensaciones. El ángel también, en esa clave, las alas colgadas cual res, aludiendo a la cultura carnívora que tiene la argentina. Ahora bien ¿por qué erotizar la imagen del genovés?, lo interpelamos desde Soy. “Yo no lo eroticé. Los monumentos son eróticos. Tienen un potencial erótico. Me parece que es el único potencial explorable, después todo lo demás no sé si me interesa. Creo que lo que hice en la muestra es señalar eso de una manera mucho más literal. Creo que la potencia erótica ya existe en el monumento, no es algo que yo le puse arriba”.

Mbembe, ante el problema que contraen estas estatuas en los paisajes urbanos colonizados, nos recuerda no olvidar jamás a los vencidos. Situar en un gran parque las estatuas y monumentos coloniales, un museo que funcione como memorial, una sepultura simbólica abierta a las generaciones porvenir que nos permita pasar de página a la violencia colonial. Algunos artistas anti y decoloniales han fornicado sobre la estatua de Colón en Barcelona (María Basura en “Fuck de Fascim”), reproducido el servilismo con que se representan a los indígenas (Daniela Ortiz, artista incluida en el KM 0 de Bienalsur, con su obra “Réplica”). Alexis Minkiewicz, con otra propuesta soñada, relata: “Yo quería hacer una devolución, una devolución simbólica del monumento, la quería presentar en una bienal en Venecia y devolverla como restos de un naufragio, mejor dicho como restos, tal vez de una suerte de balsa de la medusa, que nadie sabe qué pueda ocurrir en el camino, qué gestos caníbales puedan ocurrir en ese traslado”.

Y sí, a Colón, quedenselón.

La piedad de las estatuas se presenta en BIENALSUR 2021 con el apoyo de la Secretaría de Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura de la Nación. Miércoles a Domingo de 12hs a 19hs en Perú 222. CABA.

Fuente: P12

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