Por Carlos X. Blanco
Vivimos y padecemos un mundo tecnológico. Techné, la primera parte de la palabra, hace referencia a las “artes aplicadas”. En la actualidad pensamos inmediatamente en robots, ordenadores y laboratorios de farmacia o ingeniería genética, pero en el mundo antiguo éstas “artes” eran los oficios manuales.
Por su parte, la segunda raíz griega de la palabra, “logos”, hace referencia al discurso racional que, en este caso, da cuerpo y comprensión al conjunto de artes aplicadas de cada época. Desde el siglo XVIII, de manera muy contrastada con respecto al mundo clásico y medieval, la tecnología hace referencia al aprovechamiento de los recursos naturales, por un lado, y a la racionalización del trabajo productivo. En ese siglo de revolución industrial y de “luces”, el XVIII, como bien ha sabido ver Marx, se desarrolla la gestación de la Idea de Producción.
Sólo con esta idea atravesando diversas categorías técnicas y científicas pudo gestarse la ciencia de la Economía Política. En la Producción se entrelazan, de manera única e irreductible (pues eso mismo es una Idea ontológica) los aspectos físico-naturales de la vida económica de los pueblos (energía, transformaciones energéticas en el medio ambiente) y los aspectos antropológicos (relaciones sociales de producción, organización del trabajo).
La explosión de tecnologías de la información, de la comunicación y del control se parece hoy a un hongo atómico que nos deja ciegos, como cargados de radiactividad estupefaciente, incapaces de reaccionar ante cambios tan acelerados que parecen condenar a los pueblos a su esclavitud y a la más indigna pasividad. La informatización de las tareas, la mecanización y digitalización de todos los procesos, la “desmaterialización” de las economías nacionales (que encubre, en realidad, la deslocalización industrial y la intensificación de la división internacional del trabajo) han tomado por sorpresa a todos los movimientos de resistencia popular. Gran parte de la izquierda, especialmente en Occidente, se ha dejado llevar por las ilusiones de la “desmaterialización”. En la medida en que en los países hasta ahora opulentos el capital ha retirado a casi toda la juventud activa, y también a una parte importante de los adultos, separándolos de los procesos productivos primarios y secundarios, esa ilusión no ha hecho más que crecer. La disolución del concepto de “proletariado” no tiene nada que ver con la disolución de la explotación. Esta explotación se sigue dando, e incluso se ha intensificado en las últimas décadas, pero a costa de una mayor división internacional del trabajo y a costa de una creación de capas inactivas cada vez mayores en el mundo opulento. En Europa apenas es visible el proletario fabril pero abundan muchas clases multiformes de explotados y damnificados por el nuevo capitalismo.
El mundo opulento está dejando de serlo, y muy significativamente Europa. Europa se va hundiendo más y más, incapaz de sostener su baja natalidad (mal augurio para una vida productiva de sus naciones) y la invasión de contingentes humanos de difícil explotación laboral (llamada ahora “integración”). La deslocalización de las industrias y los ataques al campo se traduce en la creación capas más y más amplias de población “que no tienen nada que hacer”, unas capas que en parte se disimulan estadísticamente por a) pseudo-educación, una formación muy prolongada en el tiempo, en donde los jóvenes dejan de ser jóvenes sentados en aulas donde obtendrán “títulos-basura”, b) adoctrinamiento en la “cultura” del ocio y del espectáculo, con vistas a que no sean capas causantes de disturbios y malestares sociales, objetivo que se intenta alcanzar por medio de las distracciones baratas que se les suministra (“panem et circenses”). Estas nuevas capas de parásitos funcionan como agentes que dan fluidez al sistema circulatorio, en su condición de consumidores improductivos, de esa misma industria alienante.
Dentro del mundo opulento que está dejando de serlo, la gente se deja adoctrinar por las grandes compañías tecnológicas que ponen a disposición de los sujetos aparatos electrónicos “inteligentes” cada vez más pensados en el ocio y no en la producción, así como aplicaciones informáticas, plataformas digitales, mensajerías electrónicas, etc. que sólo en parte responden a necesidades y ventajas comerciales, académicas, etc. y mayoritariamente sirven para el “entretenimiento”. Esas grandes compañías, especialmente las que incorporan herramientas de inteligencia artificial, están procediendo a un verdadero pirateo o “hackeo” de los cerebros y las mentes humanas. Tal pirateo mental consiste en 1) desalojar de las mentes humanas la necesidad de pensar y memorizar por sí mismos, 2) desalojar de las mentes humanas de la capacidad generativa para ideas propias, que incluyen las ideas críticas necesarias para subvertir el Sistema cuando este sistema va ganando grados de totalitarismo y autoperpetuación, y 3) apartar a grandes masas de la población de la cultura del trabajo productivo y de la autosuficiencia. El “Gran Hermano” va a ser, al tiempo, el Gran Redistribuidor: de las migajas de la plusvalía producida en las nuevas formas de “industria inmaterial” o “sociedad del conocimiento”, se proveerán “contenidos digitales” (que incluyen violencia, pornografía, juegos adictivos y adoctrinamiento) suficientes a un número suficiente para que el negocio no se pare. La Economía “material” pasa a la trastienda, como es evidente y necesario en el capitalismo desde los mismos inicios, y la trastienda es el conjunto de países “en desarrollo” donde no hay tantas trabas legales a la explotación en aquellas ramas productivas donde todavía se precisan manos, cuerpos, materias primas, etc.
Las grandes tecnológicas “de la información y del conocimiento”, las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon…) están llevando a cabo un verdadero pirateo del conocimiento humano hecho por y para las personas. Inadvertidamente, cada vez que una persona publica contenidos en la web, está haciendo algo más que “compartir” informaciones: está dándoselas gratis a esas compañías que, a su vez, redistribuirán la misma según sus intereses. Desde un simple “me gusta” hasta un informe sesudo, todo lo “compartido” es materia explotable por estos piratas del conocimiento.
Todos los usuarios estamos entregando nuestra información y nuestra cuota de trabajo neuronal a unas compañías que la convertirán en capital. De manera análoga al primitivo sistema de capitalismo domiciliario, en el que los obreros hacían una parte del proceso en sus propias casas y corriendo con los gastos, mucho antes del surgimiento de las grandes fábricas, en la actualidad asistimos a formas de trabajo gratuito, y hasta inconsciente, al servicio de las grandes tecnológicas. La pandemia del COVID ha servido para acelerar este nuevo “trabajo domiciliario”.
Ha de advertirse que estas compañías tecnológicas incluso están privatizando la educación. En España ya se han detectado casos en los cuales dichos gigantes se ponen en contacto con centros públicos de enseñanza y prometen “regalos” a sus equipos directivos o a los profesores adheridos a determinados programas de “aulas virtuales”. En la implantación obligatoria de determinados programas de uso de tabletas electrónicas en los colegios (por ejemplo, en Castilla-La Mancha el programa “Carmenta”) arrinconando los libros en papel, observamos con preocupación cómo determinadas empresas privadas, como Google, se hacen de golpe, con los datos de miles de niños a los que se les suministran cuentas propias de acceso a la mensajería, a la nube y a las cuentas de Google, con todas las utilidades. Google, aparentemente, “da” con generosidad a los niños y a las administraciones educativas unas herramientas gratuitas tendentes a virtualizar la enseñanza.
En realidad, Google no hace sino reclutar miles y miles de usuarios con la ayuda gubernamental y con el cariz coactivo que está presente en las etapas de escolarización que, siendo obligatorias (primaria y secundaria) también incluyen la obligatoriedad de unas herramientas determinadas.
Herramientas, por cierto, que como han señalado algunos expertos (el Dr. Manfred Spitzer, por ejemplo) no poseen ninguna ventaja científicamente demostrable sobre los métodos tradicionales y no digitales. Por el contrario, se trata de herramientas altamente nocivas, que impiden al cerebro esforzarse en la memorización, en la resolución autónoma de tareas complejas, que causan hiperactividad, incapacidad para prestar atención, adicción, amén de un sinfín de síntomas que coinciden con una verdadera demencia.
Las GAFAM están pirateando el saber colectivo hecho por las personas y desde las personas, y ellas, una vez que se vuelven en intermediarias parásitas, se convierten en compañías que puede redistribuir el saber de todos haciéndose pasar por necesarias.
Fuente: Rebelión