Por Nicolas Mansutti*
Según la página oficial de la OMS, más de 300 millones de personas en el mundo sufren depresión, un trastorno que es la principal causa de discapacidad, y más de 260 millones tienen trastornos de ansiedad. Casualmente y a pesar del supuesto avance de las neurociencias y del cognitivismo (brazo de la medicina cuyo objeto son las problemáticas de índole de salud mental), esta situación no mejora, sino que se profundiza cada vez más, generando así una epidemia de singularidades que sufren.
Los eslabones de esta cadena reduccionista, se basan en el diagnóstico regido por signos conductuales o de índole clínico (excluyendo al discurso mismo de quien consulta); y/o en técnicas de psicoeducación, entendidas como estrategias de aprendizaje basadas en la repetición de estímulos y adecuación a los mismos; y/o planificaciones basadas en el “yo” del consultante, donde se analizan situaciones y se planifican estrategias de afrontamientos; y/o en los psicofármacos, a los que no pocas veces se recurre antes de ser verdaderamente necesario, especialmente en pacientes niños y jóvenes.
A las prácticas anteriormente mencionadas se hace referencia cuando se habla de “hegemonía médica”, o de “discurso médico hegemónico”. Estas se amparan y justifican su accionar bajo la ilusión de que, si se conoce a fondo al cerebro, se puede conocer en profundidad sobre los aspectos psicopatológicos de una persona, lo cual es un razonamiento falso y que en la práctica concreta trae severos perjuicios a muchos pacientes.
Lo paradójico es que, según los manuales clínicos amparados en la teoría de las neurociencias o del cognitivismo, aquí termina la clínica en salud mental. No hay más allá. Más allá de eso, solo queda el encierro, o el aumento de dosis farmacológicas. Esto trae como resultado un reduccionismo de lo subjetivo a lo cerebral, donde todo se reduce al cerebro, y del cerebro a las funciones que remiten a lo volitivo, o a lo consciente. La ideología neurobiologicista se encuentra, por su mismo reduccionismo biológico, destinada a la iatrogenia, que puede traer resultados no muy buenos en las personas que acuden a consultar.
Prácticas de esta índole son frecuentes en agentes de salud mental, incluso a veces, llevando a médicos psiquiatras (entendidos estos como especialistas en la regulación, mediante el uso de fármacos, de sintomatología psicopatológica que lo amerite por su severidad) a dar instrucciones, o a intentar direccionar los tratamientos de los psicólogos que trabajan con los mismos paciente que ellos, adjudicándose un saber que no poseen incluso llegando a recomendar cambios de terapeuta, alegando que los manuales con los que este profesional se ha formado, determinan la necesidad de tratamiento únicamente de índole cognitivo conductual, excluyendo así terminantemente, todas las demás teorías que abordan al sujeto humano de una validez teórica, técnica o metodológica posible. Aquí es el punto en el que el reduccionismo se hace efectivo. Existen casos en los cuales los pacientes requieren efectivamente tratamientos de tipo cognitivo conductual, debido a que les es necesario adquirir herramientas mediante un apoyo externo, es necesario algún tipo de orientación o acompañamiento de tipo psicoeducativo, o psicoterapéutico. En estos casos, los tratamientos demuestran resultados eficaces y en corto tiempo. Pero no es el caso en muchos otros pacientes, quienes eclosionan, o incrementan los niveles de sufrimiento, cuando su síntoma intenta ser tapado, desactivado, o controlado por medio de técnicas psicoterapéuticas.
UN ESPACIO DE ESCUCHA
Las disciplinas terapéuticas centradas en el Yo, es decir, en la voluntad de la persona, que por lo general utilizan el significante “resiliencia” para aludir al forzamiento de la conciencia a estar en el “aquí y ahora” constantemente, son terapias que están desabonadas del concepto de inconsciente, es decir, niegan la existencia de una parte, en gran modo determinante, de la subjetividad humana. Bien sabemos que lo que nos diferencia de los animales, es nuestra capacidad de lenguaje, de simbolizar y de comunicarnos bajo determinados códigos, que nos han resultado sumamente útiles para evolucionar como sociedad, pero que definitivamente no pueden describirlo todo, y mucho menos, pueden describir acabadamente la experiencia singular de un sujeto que padece.
Es en este punto, en el que la escucha analítica ofrece una alternativa, basando su clínica en una ética que apunta a correr al analista del lugar de quien sabe sobre el padecer del consultante, para hacer emerger las coordenadas tanto del padecimiento, como del deseo de quien consulta, movilizando así, un cambio de posición del sujeto respecto del sufrimiento que lo aqueja. Para que este mecanismo funcione, es necesario que emerja algo llamado “transferencia”, y que el analista utilice este fenómeno desde una posición ética basada en su deseo de analizar y no desde el deseo de educar, tratar, orientar, o curar. La particularidad de esta posición, es que la escucha analítica no dice como se debe actuar, ni que se debe hacer. La escucha analítica, moviliza al sujeto a preguntarse la posición que asume en relación al sufrimiento que lo aqueja.
Jacques Alain Miller en su libro “Introducción al método psicoanalítico” (2010) dice: “Es conocida la crítica dirigida al psicoanálisis como un método no verificable según los criterios de las ciencias experimentales. Curiosamente, es una crítica que suele hacerse desde disciplinas cuya condición de ciencia es al menos tan cuestionable como la que pretenden exigir al propio psicoanálisis”.
En una época regida por la ideología de la competencia, del individualismo y de la creencia en que todo es posible, es normal y hasta útil que surjan teorías y técnicas orientadas a abordar este tipo de padeceres. Lo peligroso es que se adjudiquen para si la totalidad de un campo de conocimiento, dejando trunca una parte constitutiva y propia del ser humano.
*Lic. En Psicología.
MPCH 1034
Trabajador del Área Externa de Salud Mental, dependiente de la Jefatura de Salud Mental y Adicciones del Hospital Regional de Comodoro Rivadavia.