Por Silvina Friera

Los dilemas éticos de la subrogación de vientres –un negocio que generó unos 14.000 millones de dólares en 2022 en el mundo y que llegará a los 129.000 millones en menos de diez años, según The Global Surrogacy Market Report– están en discusión a partir del “caso” de Ana Obregón, la actriz y presentadora española de 68 años, que fue a Miami a buscar a su nieta recién nacida. La beba fue gestada con el óvulo de una donante y con el esperma de su hijo Aless, que murió por un cáncer a los 27 años, en mayo de 2020. Por la beba, Ana Sandra Lequio Obregón, pagó 170.000 euros. De esa cifra, la madre gestante, una mujer de origen cubano afincada en Florida, habría recibido 35.000. No es la primera vez que esta mujer se ve “obligada” a alquilar su vientre para subsistir. Un puñado de interrogantes incómodos se han desatado. ¿Hay un límite para recurrir a la inseminación artificial utilizando el material genético de una persona muerta? ¿El deseo de ser padre, del hijo de Obregón, no condena a su propia hija a “una orfandad anunciada”? ¿La subrogación de vientres es “una forma de violencia contra las mujeres que se alimenta de la pobreza de las gestantes”, como declaró la ministra de Igualdad en España, Irene Montero?

La doctora en filosofía y especialista en bioética Florencia Luna, la escritora Paula Puebla y el abogado Ignacio Maglio reflexionan sobre la subrogación de vientres, una práctica que en Argentina todavía no está del todo regulada.

Una orfandad anunciada

“Uno de los problemas éticos que se plantea es qué es lo mejor para esa niña. ¿Tiene sentido tener una hija cuya madre/abuela va a tener 80 años cuando ella tenga recién 12 años y cuyo padre siempre estuvo muerto? ¿Cuáles son las redes y los vínculos para esa niña? Lo que se pierde de vista es el mejor interés de esa niña”, explica Florencia Luna, investigadora superior del Conicet, expresidenta de la International Association of Bioethics (IAB) y directora del programa de Bioética de Flacso. “Uno puede aceptar que las personas tienen derecho a tener diferentes deseos, pero a veces hay ciertos límites, sobre todo cuando involucra el bienestar de otra persona. La libertad de uno termina cuando uno empieza a dañar la libertad del otro. ¿Cuál es el mejor interés para esa niña que no tiene padres, porque es producto de una donación, y que aquella que funciona como madre sustituta en realidad es su abuela? Cuando sea una niña de 12 años, su madre sustituta va a ser una mujer de 80 años, con todo lo que esto implique. Aun si está muy bien de salud y de mente, es una mujer de 80 años. Eso de por sí plantea muchos desafíos éticos”, analiza Luna.

Paula Puebla, autora de El cuerpo es quien recuerda (Tusquets), una novela sobre la subrogación de vientres que despliega preguntas incómodas acerca de la maternidad, el trabajo, las formas de explotación y las desigualdades económicas y sociales, advierte que en un comienzo el dilema más grande era la edad. “Una mujer en edad de ser abuela salía de un hospital con una recién nacida en brazos. Luego, cuando el abuelazgo es en efecto confirmado en la revista ¡Hola! la discusión viró al uso de esperma del hijo fallecido de Obregón –repasa la escritora–. Esos dos hechos ubican en primer plano el deseo (o la última voluntad) de los adultos y parecieran no contemplar la realidad –material, simbólica, genealógica, identitaria– a la que se trae a esa beba. Se redefine algo del orden de la orfandad, porque el caso confirma que se puede ser huérfano de padre no solo antes del nacimiento sino incluso previo a la inseminación, y tampoco tener acceso a conocer quién es tu madre, quién puso el óvulo para esa gestación. Estas condiciones deberían poder plantear algún tipo de límite y, como está visto, no lo hacen”.

El abogado especialista en bioética Ignacio Maglio visualiza dos problemas éticos. El primero lo denomina “una orfandad anunciada” y tiene que ver con el respeto superior por el interés del niño que va a nacer. “Se está condenando a una niña a una orfandad temprana; hay un ejercicio abusivo del derecho de diseñar la prole. Convertir el derecho a diseñar la prole en un capricho es muy egoísta”, define Maglio y menciona que el otro problema ético está vinculado con la equidad. “Cuando hay un pago o contraprestación, la persona que da su útero para esa gestación por sustitución es probable que sea más pobre y la persona que desea la gestación esté entre los más favorecidos”, compara el abogado.

La ideología del “nada es imposible”

¿Es posible recurrir a la inseminación artificial utilizando el material genético de una persona muerta sin un límite? “Lo que hay que tener en cuenta es la voluntad procreacional –precisa Maglio–. En Argentina un nuevo sistema de filiación a partir del 2015 establece la voluntad procreacional, que va más allá del concepto biológico de la gestación. En el caso de Obregón, lo que debería tenerse en cuenta es la voluntad procreacional de la persona que ha donado el material genético. La gestación post mortem plantea un dilema ético, pero en todos los casos hay que ponderar bien el interés y el deseo de la persona que ha fallecido con los derechos e intereses de la niña por nacer”.

Puebla observa que “vivimos en un tiempo en el que se nos hace creer que todo es lícito y posible, aun cuando eso aplica solo a quienes tienen acceso casi irrestricto al dinero”, subraya la escritora. “Esa ideología del ‘nada es imposible’, en íntima complicidad con el mercado, provoca que las personas no sepamos qué hacer con los límites que nos impone la realidad, ni siquiera con el fin inexorable que marca una muerte, como demuestra el caso Obregón de manera tan contundente. Esa obstinación con la vida, esa ceguera ante el ‘no’, sumado a una martingala retórica en la que hoy casi todo es un ‘derecho’, sumado a la autorregulación y el secretismo de los bancos de material genético, se confabula para que generar vida después de la muerte sea un tema más en un programa de chimentos. Una sociedad que no sabe ni quiere aceptar el no, que no sabe qué hacer con él, es una sociedad infantilizada y sometida al mercado”, reflexiona la autora de El cuerpo es quien recuerda.

Opresión y lógica extractivista

Estados Unidos es el mercado más grande para la subrogación de vientres. Hasta que estalló la guerra le seguían las denominadas “granjas” ucranianas. Las madres gestantes de ese país recibían entre 15.000 y 20.000 euros. Hay listados sistematizados para escoger a la madre biológica, por físico o por edades en un negocio que implica, desde una perspectiva crítica, “pagar por un deseo y hacerlo pasar por un derecho”. Luna dice que habría que distinguir entre diferentes tipos de subrogación de vientres porque puede haber una subrogación altruista entre hermanas, amigas o madres que llevan adelante el embarazo. “Si bien es verdad que aquellas que se prestan a subrogar sus vientres son mujeres que tienen menos recursos que aquellas que son las que solicitan este tipo de servicio, por supuesto que hay una asimetría entre unas y otras; pero tienen que ser mujeres que tampoco estén en niveles de pobreza extrema porque deben estar bien alimentadas y cuidarse. No necesariamente son las mujeres que están en peor situación”, aclara Luna y reconoce que la comercialización genera desafíos respecto de una posible regulación. “Cada país tiene regulaciones diferentes; en España está prohibida la subrogación. Una regulación internacional es difícil trabajar de manera consensuada; es imposible que todos los países se pongan de acuerdo respecto de prohibirla o permitirla. Una sugerencia que muchas veces se hace es que se tome (la subrogación de vientres) como una suerte de trabajo que tenga todas las protecciones que debiera tener un trabajo”.

En la India las mujeres gestantes están en “granjas”, como llaman a las clínicas donde viven. “Aunque no están privadas de su libertad, tienen que quedarse en estas granjas durante todo el embarazo, algo que en otras sociedades no sucede”, destaca Luna. “La subrogación de vientres es una de las prácticas más controvertidas y uno se encuentra con posiciones desde el feminismo que la ven como un aumento de la libertad reproductiva para las mujeres, y en ese sentido lo festejan, hasta posiciones también feministas que hablan de una cosificación de la mujer, de una violencia contra las mujeres que tienen menos recursos”, afirma la directora del programa de Bioética de Flacso.

Para Maglio es necesario que exista un ley que regule la subrogación de vientres porque “un estado que no regula regala salud” y “siempre habrá posibilidades de que se ejerzan formas de violencia contra personas gestantes pobres”. El abogado asegura que “debería haber una regulación que limite la posibilidad de gestación por sustitución a personas relacionadas, como pasa con el transplante de órganos entre vivos, y que se establezca también un principio clave que es la gratuidad de la gestación. “En nuestro Código Civil hay algunas cláusulas que están vigentes que impiden que cualquier parte del cuerpo humano pueda ser objeto de un comercio o de una transacción. Cualquier órgano, incluido el útero, no puede ser objeto de un contrato oneroso”, fundamenta el abogado.

“Prefiero la palabra opresión a la palabra violencia, que en mi cabeza implica otra serie de cosas”, expresa Puebla. “La subrogación de vientres –que en rigor es de mucho más que solo el vientre– tiene una lógica extractivista donde recurso humano y recurso natural se sobreimprimen. Eso genera nuevos problemas, nuevas formas de pensar, nombrar y pronunciar pero que encajan a la perfección en la lógica de un capitalismo cada vez más feroz. Lo paradójico es que la práctica se instale y se acepte masivamente en la época del ‘cruelty free’”, concluye la escritora.

Fuente: P12

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