Por Karen Cuesta
Si el feminismo implica, entre otras cosas, cuestionar el orden de lo establecido, también propone repensar nuestros consumos, nuestra alimentación y el modo de relacionarnos con otras especies. La unión entre el feminismo y el antiespecismo —movimiento que rechaza la opresión y discriminación en función de la especie a la que se pertenece— toma fuerza en nuestro país y propone que la salida de la crisis socioambiental y económica y del poder patriarcal debe estar libre de crueldad hacia los animales.
En los últimos años surgieron diferentes movimientos como Voicot y Feminismo Antiespecista Interseccional (FAI) que militan las diferentes causas por las cuales la sociedad debería anular o, al menos, reducir el consumo de animales; también diverses influencers visibilizan la misma problemática. Una de ellas es Virginia Godoy, conocida como «Señorita Bimbo», quien asegura que «No hay nada más patriarcal que comerse a un animal» y explica que para que el patriarcado caiga deben caer todos los sistemas de explotación y violencia.
Según la organización Voicot, los puntos en común entre el patriarcado y las industrias que fomentan el consumo de animales son la utilización de los cuerpos ajenos, la violencia sistemática, la norma social, el dolor y la miseria. También mencionan la injusticia, la negación de la existencia de un otro, la falsa idea de que les demás nos pertenecen y que se puede hacer con sus cuerpos lo que sea, desde comerlos hasta mutilarlos.
El antiespecismo, como su nombre lo indica, se opone a la discriminación por especies, es decir, a la idea de que algunas especies animales valen más que otras y que, por lo tanto, merecen más o menos respeto y derechos. La idea básica del feminismo antiespecista se basa en que la lucha por la liberación de las mujeres y diversidades no puede ser consumada pisando los derechos de otras especies, práctica netamente patriarcal.
Por su parte, la corriente del feminismo antiespecista retoma el concepto de interseccionalidad y busca revertir cualquier situación de opresión o dominación, dejando de lado la discriminación basada en género, clase o especie que considera a cada lucha como independiente. En la misma línea, este movimiento postula que no se puede luchar contra algunas formas de opresión y ser opresores en otras situaciones.
Esa opresión es violencia y ponerla en práctica implica tres instancias:
Cosificación: de un ser para que sea percibido como objeto en vez de como ser viviente que respira y sufre.
Fragmentación: así su existencia como ser completo es destruida.
Consumo: tanto de los animales como de la mujer mediante la pornografía, la violación, el maltrato.
En un artículo del medio de comunicación LATFEM, se explica que «tan similar es la relación entre la explotación animal y la cultura patriarcal que muchos de los términos que se usan para designar las partes de animales para consumo son intercambiables con las del cuerpo femenino».
Conocer nuestros consumos
En los últimos años parte de la población comenzó a preguntarse qué es lo que consume: algunes dejaron de ingerir carne, otres evitan los ultraprocesados y están quienes luchan por una ley de etiquetado frontal para conocer los ingredientes de cada producto. Un estudio realizado por la consultora Kantar Insights en 2019 arrojó como resultados que más de 4 millones de argentines son veganes o vegetarianes, lo que equivale al 9% de la población.
La gran mayoría de los seres humanos no duda a la hora de afirmar que ama a los animales, que no los maltrataría y que jamás pensó en comerse a sus mascotas porque los considera parte de su familia. ¿Qué diferencia hay entre un perro y una vaca? ¿Por qué no lastimaríamos a un gato pero no pensamos en el sufrimiento de los animales que encontramos en nuestros platos? La diferencia es social y se lo debemos en gran parte a la industria del consumo.
Las publicidades de las grandes industrias y el hecho de que los mataderos se ubiquen alejados de los cascos urbanos promueven que no logremos relacionar la comida de nuestro plato con la muerte y el sufrimiento de los animales. Esta separación también ocurre en otros hábitos de consumo: un ejemplo de ello es la industria textil, donde el avance del capitalismo esconde, por un lado, una industria que explota a miles de trabajadores en talleres clandestinos y, por otro lado, contamina y daña el planeta.
Otro factor importante: el ambiente
No solo se trata de la empatía hacia los animales, sino del impacto que generan nuestros consumos, de la distribución desproporcionada de los recursos y de la desinformación en les consumidores. La industria ganadera contamina más que todos los medios de transporte y es la causa número uno de tala a nivel mundial, ya sea para generar áreas de pastoreo como para plantar soja destinada a engordar al ganado.
Los granos utilizados como comida de los animales podrían cubrir las necesidades alimentarias de la población que actualmente pasa hambre. La desnutrición y la exclusión social de millones de personas no son más que las consecuencias de políticas económicas, agrícolas y comerciales a escala mundial, regional y nacional impuestas por los países centrales y sus corporaciones transnacionales con la intención de perpetuar su modelo económico, político y social.
A su vez, la cría de animales posee consecuencias sanitarias. El negocio de la ganadería externaliza los costos epidemiológicos a les consumidores, a les trabajadores, a los entornos locales y a los sistemas de salud pública. Como una posible alternativa surge el modelo de soberanía alimentaria, el cual es antagónico al modelo de producción actual, que se basa en la concentración de la riqueza y la destrucción del planeta.
La lógica patriarcal es la columna vertebral de las tendencias capitalistas y busca sostener un sistema de explotación y desigualdad. No se trata de juzgar quién es mejor o peor feminista según sus hábitos de consumo; del mismo modo, en un contexto de crisis y pobreza, es entendible que gran parte de la población se vea afectada por no poder llenar su plato de comida sin detenerse en qué se basa su dieta. Pero si buscamos un sistema más amigable para el planeta y la sociedad, que sea más justo y esté libre de violencias debemos cuestionarlo todo, empezando por nuestra alimentación.
Fuente: Escritura Feminista