Por Lula Grandón *
Con la llegada de abril, el país se tiñe de un celeste y blanco particular y se reaviva un fervor nacionalista que puede servir como punto de partida para reflexionar sobre las representaciones que operan en torno a la cuestión “Malvinas” en nuestra sociedad. En particular, nos interesa pensar en dos aspectos: el rol de las mujeres que quedaron en casa, durante y después de la guerra; y las secuelas que atravesaron los excombatientes en su vida cotidiana.
De eso ¿se habla?
No bien empieza la charla, Marisa se sorprende por lo difícil que le resulta encontrar las palabras para hablar del tema. “Tantos años queriendo gritar y ahora no me sale una palabra”, dice. Y luego retoma: “Yo creo que fue muy importante el rol de la mujer cuando llegaron los veteranos de guerra a nuestra ciudad. Madres, esposas, abuelas, novias, hermanas, fuimos las primeras en recibirlos”.
En 1982 ella trabajaba como secretaria del intendente Victoriano Salazar. Fue entonces cuando conoció a quien luego sería su esposo y padre de sus hijos en su trabajo. “Él era cadete, recién empezaba. Después no lo vi más y entonces me enteré de que se había ido a las Malvinas. Cuando volvió anduvimos unos meses, luego nos fuimos a vivir juntos y finalmente nos casamos. Él fue un año más tarde porque había pedido prórroga para estudiar en Rawson”, relata.
No habla del matrimonio, ni de los hijos que vinieron después. Hay una urgencia que la lleva a describir lo que ese hombre trajo de la guerra, que pasó a ser parte del día a día en ese hogar, como en tantos. Convivir con un excombatiente era también hacerlo con la incertidumbre. ¿Había que tocar el tema o no? “Algunos vinieron mal psicológicamente, otros también físicamente. Me tocó sobrellevar los silencios eternos”, recuerda Marisa. “No estábamos preparadas. Pensábamos que lo mejor era no hablar para que se olvidara. Pero tal vez tendríamos que haber hecho lo contrario, para evitar todo lo que vino después. Como mujeres, creo que tratamos de acaparar todos los flancos, como se diría en la guerra, desde lo emotivo, el cuidado, conteniendo, callando. La mujer que acompañaba a un veterano de guerra, ya fuera novia, esposa, hermana o madre, de una forma innata, abrazó y contuvo como haría una gallina con su pollito. Y yo creo que eso no fue reconocido en ningún momento”, concluye Marisa.
De una forma innata. Con esa frase se resume el “deber ser/hacer” de una buena mujer. Desde la perspectiva de género asoma aquí claramente uno de los mandatos del patriarcado, llevado al extremo en tiempos de guerra. ¿Cómo lidiar con las responsabilidades de ese rol impuesto, pero también efectivamente naturalizado, en medio de un contexto de pos-guerra y lo que siguió: el proceso de “desmalvinización”? Mientras para la sociedad los veteranos habitaban las sombras de los trastornos mentales, el abuso de sustancias o el suicidio, la sobreviviente angustia quedaba en casa.
La deshonra de los héroes
El 18 de junio de 1982 llegó a Puerto Madryn el transatlántico inglés Canberra, que traía a bordo a más de 4100 soldados argentinos desde las Islas Malvinas. En varios portales de noticias se encuentran crónicas y relatos de aquella histórica jornada. Marisa recuerda ese día. “Les habían dicho que eran la deshonra por haber perdido la guerra”. Sin embargo, cuando llegaron a Madryn fueron recibidos con aplausos y ovaciones. “Vieron cómo los recibía la gente y entonces empezaron a levantar las lonas de los camiones, a mostrarse, a intercambiar sus objetos personales por pedazos de pan. Madryn fue el lugar que los acogió como héroes”, resume. Pero para algunos eso no fue suficiente.
El 2 de abril de 2017, el sitio de noticias BigBang! News publicaba un artículo titulado A 35 años de Malvinas, los excombatientes conviven con el suicidio. Allí, el periodista Amilcar Nani señalaba que “según datos no oficiales, desde el final de la Guerra de Malvinas a la actualidad, 35 años más tarde, son más de 500 los ex combatientes que cometieron suicidio, casi tantos como los 649 que murieron en el conflicto bélico». El mismo artículo menciona que para la Asociación Combatientes de Malvinas por los Derechos Humanos, “no hay una cifra oficial y ellos estiman que, a esta altura, el número es superior a 500”.
También es difícil encontrar datos confiables sobre el uso problemático de sustancias por parte de veteranos, o guarismos sobre violencia de género ejercida por excombatientes en sus hogares. Sin importar qué palabras clave ingresemos en el motor de búsqueda de nuestra computadora, los resultados nos llevarán mayormente a reclamos de pensiones, abandono de monumentos o actos conmemorativos en honor a “nuestros héroes”.
No obstante, entre todos esos enlaces, es posible acceder a una noticia publicada en el portal MercoPress, South Atlantic News Agency el 8 de marzo de 2006. Allí se indica que en un informe de ese año del CECIM (Centro de ex Combatientes de Malvinas), el 37% de veteranos de guerra había admitido que había ejercido violencia de género, de los cuales un 26% reconocía que portaba armas. Sin datos cuantitativos concretos, el artículo también menciona “drogadependencia, SIDA y malformaciones en su descendencia en índices superiores al promedio del país”.
Desmalvinización… y después
Casi como en 1984, la célebre novela de George Orwell en la que el Partido cuenta con un minucioso sistema para eliminar la memoria colectiva e individual, el proceso de desmalvinización, la gran operación impulsada desde el poder político y las corporaciones mediáticas para borrar del imaginario colectivo “la cuestión Malvinas”, fue un hecho en nuestro país. Pero luego, dicen, vino la remalvinización. Así, los excombatientes fueron primero “los loquitos de la guerra”, pero luego lograron ser reconocidos en actos oficiales u homenajeados con merecidos monumentos. En el camino, muchos debieron deambular infinidad de veces de oficina en oficina, en busca de una adecuada atención médica y social por parte del Estado, sin olvidar la sostenida lucha por la compensación económica. Simultáneamente, fue ganando terreno el análisis de la Guerra de Malvinas desde una mirada que sitúa el conflicto bélico en el contexto de la última dictadura cívico-militar de nuestro país. No obstante, el actual gobierno nacional mira con ojos negacionistas tanto los hechos de nuestra historia reciente, como aquellos episodios que van más atrás en la línea de tiempo.
En este contexto, parece que la única manera de lograr la construcción de este relato histórico, al menos desde una perspectiva no castrense, es la charla cara a cara, mate en mano, para recopilar anécdotas y recuerdos de la gente más vieja en el barrio o en el pueblo. Porque si buscamos recuperar la memoria colectiva, en Internet no vamos a encontrar nada.
*Periodista, docente. Columnista invitada.