“El fin de la historia es la pesadilla de la que estoy tratando de despertarme”, confesaba Mark Fisher en una de las entradas de su ya célebre blog K-Punk. Solo que para ello, para despertar de esa pesadilla, de la vida sin historia, sin futuro, sin tiempo ni lazos sociales que impone el neoliberalismo, el crítico inglés no se dejó arrastrar por profecías y se encomendó a un tipo de pensamiento no teleológico en el que la memoria es un arma política de doble filo: sirve tanto para elaborar relatos múltiples del pasado como para constituir un reservorio que permita pensar otras temporalidades posibles.
En esta denuncia de la “lenta cancelación del futuro”, Fisher se confió también a la música popular, a la cultura de masas, al cine, al arte y la literatura. Lo hizo a veces para verter una crítica ideológica devastadora contra la cultura como vehículo de imposición de valores dominantes, pero, con mayor frecuencia, para advertir la importancia política que alberga y de la que podemos —debemos— aprovecharnos.
Al fin y al cabo, son las imágenes, relatos y sonidos de la cultura los que nos mueven a soñar de un modo u otro. Tiene por ello sentido que en 2006 dedicase una entrada, en ese mismo blog, a Le fond de l’air est rouge, una cinta que data de casi treinta años antes, 1977, en la que Chris Marker encadena imágenes de casi todos los movimientos insurreccionales del siglo XX con el 68 como eje central.
“Aunque el film sea, aparentemente, un catálogo de desilusiones”, escribe Fisher al respecto, “su registro de una época en la que había desafíos —sin importar lo imperfectos, desorganizados y contradictorios que fueran— al orden existente, no puede ofrecer algo de inspiración en estos tiempos mucho más desoladores”.
Fuente: Caja Negra