Por Luis Martínez

Antes de componer su famosa pieza silenciosa, John Cage se prestó al experimento de vivir aunque fuera sólo un instante sin ningún tipo de ruido y, por tanto, de música. Y para ello entró en una cámara anecoica que no es más que un espacio cerrado y completamente aislado de todo sonido exterior. Para su sorpresa, el compositor alcanzó a escuchar dos sonidos: uno agudo y otro grave. ¿Cómo había ocurrido? ¿Dónde quedaba el silencio absoluto? El técnico de turno no tuvo más remedio que explicarle que su intento era vano. No hay forma de librarse del rumor que provoca el sistema nervioso y mucho menos del bramido de fondo de la circulación sanguínea.

Spike Lee no aspira a tanto, pero como Cage hace tiempo que llegó a la conclusión de que, en su condición de negro en un mundo ordenado por blancos, haga lo que haga el sonido es siempre el mismo y, dado el caso, el silencio o no existe o, peor, es culpable. No hay forma de llegar a él, no hay manera de librarse. Nada es inocente. Ni ‘Lo que el viento se llevó’. Su última película, ‘Da 5 Bloods: Hermanos de armas’ (el viernes en Netflix) es un regreso consciente a cada una de las notas que han compuesto la extensa sinfonía de su todo su cine. Entre ella y su magistral casi debut, ‘Haz lo que debas’, median 30 años y, pese a todo, el argumento, la rabia y hasta las citas a Trump son idénticas. El ruido de fondo es el mismo por la sencilla razón de que no se encuentra en fondo alguno; es y forma parte de cada una de las neuronas y hasta del ritmo cardiaco del sistema que nos hemos dado. Y no, no hay cámara anecoica para tanto racismo, tanta injusticia, tanta desigualdad.

En un momento de ‘Haz lo que debas’, el propietario de la pizzería italiana (Danny Aiello) en el barrio de negros bromea sobre la revalorización del vecindario. Su chiste hace diana en el gran especulador: Donald Trump. Ahora, cuatro veteranos de la Guerra del Vietnam regresan al escenario de su gran lucha. Uno de ellos se confiesa, entre la rabia, la decepción y sólo el suicidio, votante del hombre que promete hacer a América grande de nuevo. No es la única coincidencia. En la primera, el personaje de Bill Nunn (un apasionado del ruido y del rap que responde al nombre de Radio Raheen) es literalmente estrangulado por un policía. Tampoco él puede respirar. En la segunda, la muerte fuera de plano de George Floyd está ahí para darle razón punto por punto al director atrapado en una obsesión que, en realidad, no es más que, otra vez, el ruido de fondo (o interno) de todo esto.

‘Da 5 Bloods: Hermanos de armas’ no es la mejor película de Lee. Nadie puede con su soberbia y dolida ‘La última noche’ (2002). Digamos que se encuentra la lado del garbo, ritmo, prestancia y ‘flow’ (sea esto lo que sea) de su anterior trabajo, la brillante ‘Infiltrado en el KKKlan’ (2018) y por sus venas corre el aire de la desprejuiciada tragedia griega, y para nada valorada en lo que debe, ‘Chi-Raq’ (2015). Además, y en esto tiene poca competencia, sí es la que mejor resume su ideario ‘sonoro’ y la que, en su insistente claridad y evidente militancia, más conviene a este preciso instante. Perfectamente entonada.

La cinta cuenta, como decíamos, el regreso al escenario del crimen de cuatro veteranos negros (Delroy Lindo, Clarke Peters, Isiah Whitlock Jr y Norm Lewis). Con la excusa de recuperar el cuerpo del que fuera compañero y líder (Chadwick Boseman), lo que les mueve en realidad es la promesa de un tesoro escondido. Lo que sigue se mueve entre el ‘remake’ accidentado y demente de ‘El tesoro de Sierra Madre’ (John Huston, 1948) y la revisión consciente de todas las películas de guerra que han tenido como escenario Vietnam, pero desde el otro punto de vista, que no es otro que el de buena parte de las víctimas ignoradas: es decir, los negros.

Cuenta el propio Lee que el encargo que él recibió estaba originalmente destinado a Oliver Stone y que por allí no aparecía negro alguno. Su labor fue la de ‘spikezar’, por así decirlo, el guión. Y a ello se apresta desde el primer segundo de la cinta en el que la imagen del auténtico Muhammad Ali declara ante la cámara en 1978 su negativa a combatir a un supuesto enemigo que, al contrario de otros en su propio país, «no le han lanzado a los perros». Sobre las imágenes de archivo de afroamericanos en plena jungla asiática, se mezclan las de Malcolm X, las de los atletas Tommie Smith y John Carlos puño en alto en las olimpiadas del 68, las del activista Kwame Ture y la altisonante y preclara declaración de Angela Davis que todo lo resume: «Si no se establece un vínculo entre lo que está sucediendo en Vietnam y lo que está sucediendo aquí, es muy posible que enfrentemos pronto un período de fascismo en toda regla». Y así.

Hace poco, el propio Lee montó un pequeño vídeo que subió a las redes titulado ‘3 Brothers’ en el que se solapan las imágenes de las muertes de George Floyd, de Eric Garner, asesinado en 2014, y la que aparece en su película ‘Haz lo que debas’. Nada es ficción. «Mi película no habla de Vietnam», repite Lee a todo el que quiera escucharle. Y sigue: «Mi película habla de lo que nos ocurre ahora mismo». Queda claro.

Sin embargo, el viaje propuesto quiere ser y es más profundo e hiriente que el de la simple denuncia. Se recuerda que en la guerra de marras los negros estaban sobrerreprensatados de acuerdo al censo de Estados Unidos y nunca en calidad de oficiales. Se recuerda la muerte de James Anderson Jr, que se arrojó sobre una granada para salvar a sus compañeros. Y se recuerda que el cine, entre otros, siempre se ha olvidado de ellos.

Toda ‘Da 5 Bloods…’ está salpicada de referencias. Aquí una discoteca bajo el cartel de ‘Apocalypse now’, de Coppola; allí una conversación entre divertida y sólo ofendida a vueltas de Rambo, el gran revisionista que releyó el fracaso de la guerra en los años 80 en clave supremacista ‘reaganiana’. Siempre con la intención nada escondida de hacer ver que del gran drama de la historia reciente de Estados Unidos siempre faltan los mismos. La película funciona así como una contestación, y hasta refutación, airada y a la vez divertida, del cine mismo. Si se quiere, algo parecido a lo que el propio director ensayó ya en ‘Miracle at St. Anna’ (2008) con respecto a la Segunda Guerra Mundial, pero mucho más atinado. Y oportuno.

La cinta se estructura como una aventura en dos tiempos: el presente que corre de la mano de los cuatro ya viejos y desengañados protagonistas, y aquel pasado entre heroico y sólo sucio. Lee, al contrario de Scorsese, no rejuvenece a sus personajes digitalmente. Simplemente teatraliza lo que ocurrió con los mismos actores a la edad de hoy. El recurso forma parte de su hacer ‘brechtiano’. Toda su filmografía, tan provocativa como alegremente panfletaria (no es insulto), se alimenta de recursos similares. Sus personajes hablan a la cámara, rompen la cuarta pared e interpelan al espectador con la misma naturalidad que juegan a representarse a sí mismos en un juego de espejos entre tosco, voraz y muy sincero.

El resultado es una película pensada para reconocer la contundencia del ruido. Todas las ausencias, todos los olvidos, todos las lecturas pospuestas son, se quiera o no, culpables. La historia, nuestra historia, nos dice Lee, nunca puede ser una cámara anecoica. Lo que se escucha es, en efecto, el sonido de asuntos tales como el racismo, la injusticia o la desigualdad que palpitan en nuestra misma sangre y los más listos, o sólo privilegiados, los quieren hacer pasar por silencio.

Fuente: El Mundo

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *