Por Jaír Villano*

La imagen que le tocó a Barthes no es la misma de hoy. La imagen del hombre de estos tiempos está condicionada por el deseo de lo que busca mostrar no solo para sí mismo, sino para los demás. Con una diferencia sustancial: esos demás no son humanos, sino usuarios. Su existencia no es en tanto angustia, como pensaba Heidegger, sino en tanto exhibición. Un usuario no existe, un usuario reacciona (con likes, emoticones, comentarios). Un usuario no es, un usuario está presente en un mundo de ficción.

La lectura de Byung-Chul Han es imprescindible para comprender estos fenómenos. Sus ideas sobre la sociedad del rendimiento y el individuo del enjambre son claves porque explican de manera explícita, o no, el nuevo mecanismo con que el humano se pierde de sí mismo para complacer a otros.

Su idea del explotado y el explotador (La sociedad del cansancio) —siendo el mismo ser— funciona para entender esto: el engañador es el mismo engañado. El usuario que postea sus fotos premedita su aparición en función de un gusto que no es intrínseco. Todo lo contrario, complace las exigencias del mundo. Y también se complace a sí mismo.

Complacer y complacerse vendría siendo la actividad de Instagram. Las preguntas nodales serían hasta qué punto, y qué pesa más, ¿la complacencia del usuario para sus seguidores o la complacencia de los seguidores para el usuario?

Pensar para los demás, en este sentido, es perder la autonomía. Y la autonomía del ser, según Kant, es lo que posibilita la mayoría de edad. En Instagram se está en el mundo, no ante él. El pesimismo de la fuerza es anulado por contraposición al pesimismo fatal que despierta el exceso de positividad (Dolor y pesimismo de la fuerza).

Instagram es ficción porque sus imágenes proyectan demasiada positividad. En consecuencia, el estruendo anula la fuerza del pesimismo. No hay story que atenúe el fracaso. No ser feliz, no ser exitoso, no ser perfecto, no ser el deseo, motiva sufrimiento. No alcanzar el estado de positividad del otro hiere al usuario por defecto, pero por efecto suscita el impulso por emular sus triunfos. Ser la positividad es la premisa. Proyectar la positividad es imperativo.

Instagram es ficción porque no hay lugar para las otras versiones de la mejor versión. Es la mejor la que prevalece y se exhibe, las otras versiones del individuo desaparecen. Incluso las exposiciones que aparentan no ser la dominante lo son: pues están premeditadas. Todas las pictures subidas son calculadas. O mejor: sofisticadas por filtros.

Dice Han: “Hoy las imágenes no son solo copias, sino también modelos. Huimos hacia las imágenes para ser mejores, más bellos, más vivos. Sin duda no solo nos servimos de la técnica, sino también de las imágenes para llevar adelante la evolución” (En el enjambre).

El problema de la imagen es su cualidad de estatismo. En las photos expuestas se pierden los olores, la temperatura, los sonidos. La imagen congela el tiempo: es un pasado que se hace pasar por presente y suspende el futuro. Una fotografía es una mínima representación, pero en Instagram es equivalente a un todo.

La fotografía sacada de contexto genera malas interpretaciones: en Instagram las malas interpretaciones son buenas. El user tiene el poder para arrojar pictures que no corresponden con su naturaleza. Así, lo negativo deviene positivo. Detrás del mismo está el humano narcisista, muy atento a la proyección que busca que otros users se hagan de él.

En sus fragmentos póstumos Nietzsche aporta algo clave: “El mundo se nos muestra lógico porque nosotros mismos lo hemos logicizado” (Otoño, 1887). El mundo de Instagram ya está dado: sus actividades no están para ponerse en cuestión, sino para corresponderles. El usuario da por hecho la ostentación. Está ahí para ello.

Y, sin embargo, hay quienes renuncian a cuestionar la lógica por justificación del narcisismo. No es que el mundo me cosifique —esto es, que mis posts despierten reacciones ajenas a mis atributos físicos más básicos —, es que me complazco a mí antes que a mis followers.

Es una mentira necesaria para evitar flagelaciones mentales, en algunos users. (Frases y lemas motivantes acompañan sus apariciones). El objeto de deseo en el que se convierte es la ampliación del narcisismo. En Instagram abundan estrellas anónimas.

El caso de los otros usuarios es el que se complace a sí mismo complaciendo la necesidad de ver de sus seguidores. La proyección aparenta ser arbitraria, y obedecer a un gusto personal, de homo liber, pero esa creencia es una falacia: en esa red está por encima el ego del posteador. Lo que parece una soberanía personal esconde una esclavitud sostenida en la atención colectiva: la de los followers.

En Instagram es imperativa la mentira, y el sin sentido. Pero no el dárselo a un mundo que no lo tiene, y tomar un trozo suyo, como decía Nietzsche del nihilista. Es un sin sentido por desmesura de exposición. En esta red los interrogantes que le dan matices y hondura al pensamiento no caben: no hay pensamiento, hay fotos. El usuario no se pregunta qué proyección privilegia. ¿Por qué esta photo y no aquella? ¿Por qué? ¿Para qué? No hay preguntas, hay arrolladores contenidos que alardean vidas de plenitud.

Bauman explica que el sujeto neoliberal se vende como producto: ya no es solo un consumidor, sino su propio agente de marketing, el promotor de sí mismo, sus intervenciones en las redes, por ende, son trabajadas al servicio de esa pretensión (Vida de consumo, Vigilancia líquida).

Los seguidores que se consiguen en esta red actúan como un coro que alimenta la vanidad, “una muchedumbre que aplaude y que presta atención a un ego que se expone como si fuera una mercancía” (La sociedad del cansancio).

En un sesudo ensayo, Valle explica que el dolor en la era digital se ha ocultado a fuerza de sus promesas de confort y privilegios; la vida y el cuerpo, en este sentido, son transmutados en débiles “objetos de cálculo y planificación” (Dolor y autoexplotación en la era digital).

Al ser Instagram la red de la positividad, el dolor se hace más intenso, pues este no solo deviene incondicional en las vicisitudes de toda existencia, sino además un agregado incómodo a la fiesta e imposible de desalojar. El sujeto que no concibe el dolor como condición inequívoca de la vida es más proclive a él, pues no ha entendido que es una circunstancia que hace parte del camino y que es necesaria como prueba y aceptación.

“Podríamos decir que no cumplir con esas exigencias de autopromoción, rentabilidad, rendimiento y optimización generan dolor y sufrimiento en la era digital, llegando incluso a poner en peligro la propia vida por no responder a las autoexigencias que gracias a la inteligencia del sistema neoliberal el hombre internaliza”, concluye Valle.

Instagram hace creer que #puedestodo, es la red por excelencia de la sociedad del rendimiento; en consecuencia: lo no posible genera dolor. La búsqueda de felicidad en esta red es falsa por varios de los motivos ya expuestos. Y porque facilita el sufrimiento del individuo al perseguir su alcance.

*Escritor y crítico literario.

Fuente: El Espectador

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