Por Ana Requena

Detrás de esa palabra hay un malestar difuso pero muy ligado a pedir, señalar, enfadarse, mostrar emociones: parece pertinente preguntarse si detrás de esa palabra escurridiza –no tiene a priori ninguna connotación negativa– se ha construido un relato que sirve para hacernos sentir mal.

Esta crónica empieza con una intuición: algo (malo) pasa cuando nos llaman intensas. Especialmente cuando nos lo dicen hombres, especialmente cuando tantas mujeres relatan malestar al ser interpeladas con esa palabra. Es un malestar difuso pero al mismo tiempo muy ligado a varios conceptos que todas las mujeres consultadas mencionan: pedir, demandar algo, señalar, enfadarse, mostrar emociones. Parece pertinente preguntarse si detrás de esa palabra algo escurridiza –no tiene a priori ninguna connotación negativa– se ha construido un relato que sirve para hacernos sentir mal, para cuestionarnos o para mostrarnos dónde están los límites.

Pregunto a más mujeres. «Me lo han dicho hombres cuando he hablado de cómo me siento en situaciones determinadas y no coincide con la suya. Cuando he expresado mi disconformidad con alguna situación que ha cambiado. No se trata de pedir explicaciones, que también se podría, sino de saber. Y claro, te sientes fuera de un juego donde parece que las normas válidas son las que a él le parecen en cada momento», cuenta Charo. Amparo dice haber escuchado esa palabra cuando se ha lanzado a hablar de «sentimientos e impresiones», también en la cama, en relaciones heterosexuales. «Me lo llamaron al comienzo de una relación, creo que fue por mostrar mis sentimientos. Me sentí rara», agrega Y. «Por ser amable y no pasar de un hombre. Muestras interés y un mínimo de afecto y eres una intensa», se queja Carmen.

Hablo con la escritora y periodista estadounidense Rebecca Traister, autora del ensayo Buenas y enfadadas. El poder revolucionario de la ira de las mujeres (Capitán Swing). Le cuento mis impresiones, asiente al otro lado de la videollamada. «Lo que ahora llamamos ‘intensa’ quiere decir difícil, quiere decir que esa mujer se comporta de alguna manera que no se espera de ella. Puede ser alguien que muestre mucha personalidad, que haga demandas, que muestre opiniones fuertes, que sea vehemente… Las características tradicionalmente asignadas y apreciadas en la feminidad son otras: las mujeres tienen que ser fáciles de manejar, tienen que ser menos demandantes, menos opinadoras, menos habladoras», afirma. Como mujeres, recuerda, no estamos tan legitimadas como los hombres para pedir lo que queremos –más dinero, más autoridad, más poder de decisión, más respeto, mejor sexo, mejor trato en una relación–. Intensa gira, por tanto, sobre la idea de pedir, de mostrar, de reclamar.

«Se supone que las mujeres no deben estar motivadas por sus propios deseos, ideas o necesidades. Así que ‘intensa’ tiene que ver con pedir en cualquier contexto: profesional, personal, familiar, romántico, sexual… Es un ‘ella quiere demasiado de mí o demasiado de la situación’ cuando se supone que nuestro papel no es el de pedir ni exigir», reflexiona. Efectivamente, las mujeres con las que hablo relatan haber escuchado esa palabra en contextos diversos aunque hay dos que se repiten constantemente: las relaciones afectivo sexuales con hombres y el trabajo. No es de extrañar, me dice Traister, al fin y al cabo son dos de las esferas en las que más tiempo y energía consumimos, «y son ámbitos que siguen controlados especialmente por hombres», así que las intervenciones de las mujeres resultan especialmente «disruptivas».

«Es una estrategia hábil porque la palabra no es per se negativa, yo la uso mucho como algo bueno, para referirme al nivel de conexión, pasión, curiosidad, o compromiso de alguien. Pero es indudable que se ha convertido en una versión sexista menos evidente que otras palabras para decir que una mujer es ‘demasiado’. Histérica es una palabra muy ligada al cuerpo de las mujeres, tiene un componente de género ya muy marcado, es más fácil de entender como algo sexista. Intensa tiene un significado más escurridizo, puede aludir a lo emocional o a ser muy demandante profesionalmente, a ser ambiciosa, muy analítica, muy audaz… «, reflexiona Traister.

«Me daba largas y yo quería saber por qué»

Alejandra cuenta que le han llamado intensa en un contexto sentimental, «en conflictos y al reclamar responsabilidad afectiva». «Me sentí muy débil», añade. «En un contexto de pareja, por querer aclarar cosas ente los dos y expresar lo que sentía.Me ponía en cuestión. Llegué a no reconocerme, dudé de mí misma, me sentía insegura y bloqueada», dice Laura. Carmen recibió el ‘intensa’ cuando habló con un chico con el que estaba viéndose: «Me daba largas para quedar y yo quería saber qué le movía a hacerlo».

Entonces, ya no nos dicen histéricas, o al menos queda peor que antes, pero sí somos intensas. La psicóloga y autora de Feminismo Terapéutico, María Fornet, comparte que es un calificativo escuchado por muchas mujeres, especialmente en contextos afectivos. «Esa palabra y todos sus correlativos –loca, histérica– son expresiones similares que describen una experiencia emocional que el hombre percibe como desbordada, amenazante o excesiva», señala. La socialización de las mujeres gira sobre la emotividad, pero no la de los hombres. Poner una etiqueta a estos comportamientos no es inocente, tiene consecuencias.

«Una vez que nosotras decimos cómo nos sentimos o somos asertivas nos encontramos con esa palabra, y la persona que la usa invalida así nuestra experiencia. Ahí hay patriarcado, hay un machismo muy evidente. Creo que ocurre mucho en las relaciones de pareja heterosexuales, cuando los hombres no entienden, o quieren desvincularse, o quitarse la responsabilidad de sus actos. Cuando la respuesta a algo que ha hecho el hombre provoca esa emocionalidad entonces él en lugar de pedir perdón o echar un paso atrás su respuesta es invalidar y culpar», explica.

La psicóloga feminista Ianire Estébanez cree que las palabras van cambiando, pero lo que se cataloga con ellas no tanto: «En todos los casos lo que se está señalando es lo emocional, sobre todo en mujeres que ponen límites o que se quejan de un problema, mujeres que muestran enfado o que hacen explícito algo que está pasando. Es una manera de mermar nuestro criterio, es como si nos dijeran que lo que estamos diciendo es subjetivo, mientras que quien nos lo dice hablara desde una supuesta objetividad». El efecto es una sensación de invalidación, repite, una penalización de lo emocional, la idea de que lo que sentimos no tiene en realidad tanta importancia. «Es una manera de dudar de nosotras, de sentir que no tenemos el criterio para decir qué es lo importante para nosotras», apunta Estébanez.

Así no vas a gustar a los hombres

La reacción, prosigue María Fornet, sea en entornos personales o laborales, es sentir que nuestra reacción es inapropiada. «La consecuencia es la vergüenza y la culpa y esas son dos grandes armas socializadoras. Tú reacción inmediata es venirte para dentro, hacerte pequeña, no seguir por ese camino. Es una manera fácil de callar a alguien, sobre todo cuando esa persona ha escuchado muchas otras veces ese discurso y es fácil interiorizarlo y asumirlo como verdadero», cuenta. Porque ‘intensa’ es una palabra que tiende a repetirse en nuestras vidas y que, si bien, a veces puede ser emitida y recibida con un sentido positivo, la mayoría de veces percibimos con una clara connotación peyorativa.

«Me lo han llamado en contextos laborales, amistades y en rollos. Me siento cuestionada y me frena para decir qué pienso o siento», dice Julia. «Me lo dijeron en una reunión de previsión anual de salarios, yo era la jefa de departamento, él era director general. Me sentí impotente», cuenta C., que prefiere no dar su nombre. Por su parte, E. recuerda que fue en una discusión de pareja: «Sentí que me decían que estoy mal, como defectuosa». María pone el foco en su contexto profesional, donde dice que, por no ser callada y responder, fue calificada de emocional e intensa. «Jamás levanté la voz, se me juzgó por ser contundente y vehemente».

Volviendo a la conversación con Rebecca Traister, la escritora subraya otra de las implicaciones, no tan explícita, sobre lo que suponen estas expresiones. «Implica no ser atractiva. De siempre la caracterización de las mujeres enfadadas ha estado ligada a la fealdad. Se supone que las mujeres deben ser atractivas para los hombres, es una de las maneras en las que la sociedad sigue condicionando a las mujeres, y ser señalada como intensa es una manera de decirte que eres menos deseable, que tienes menos posibilidades de gustar en todos los ámbitos, por supuesto en un ámbito romántico y sexual, pero también en otros, como el trabajo». Es una amenaza que se cierne sobre nosotras: si eres intensa voy a dejar de encontrarte atractiva, no vas a gustar, no vas a molar tanto.

Si retamos los límites de esa ‘intensidad’ –que nadie sabe bien dónde están–, ponemos en peligro nuestro atractivo, pero también corremos el riesgo de conformarnos. En ese sentido, Ianire Estébanez recuerda que ese desincentivo permanente que las mujeres sentimos respecto a hablar, señalar, enfadarnos o poner límites tiene un efecto muy perverso: dejar de pedir. «Acabamos quedándonos con lo que hay. Estamos acostumbradas a adaptarnos a los que nos dejen».

La frase resulta tan reveladora y a la vez tan deprimente que merece la pena acabar con ella. La amenaza patriarcal es que nos quedaremos solas, recuerda María Florencia Freijo en Solas, aún acompañadas. La realidad, recuerda Catalina Ruiz Navarro en Las mujeres que luchan se encuentran, es que el feminismo nos da amigas, redes nuevas, afectos. Y yo añado: herramientas para comprender, para trascender lo personal, para liberarnos un poquito más y encontrarnos con la vida intensa que queramos vivir.

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