El océano Pacífico es el más extenso y profundo de la Tierra, y abarca un tercio de la extensión del planeta. Un océano tan vasto podría parecer invencible, pero a pesar de su tamaño (se extiende por el sur hasta la Antártida y por el norte hasta al Ártico, y también desde Asia hasta América, pasando por Australia) sus delicados equilibrios ecológicos están en peligro.
En la mayor parte de los casos, la culpa es de la actividad humana. Nos hemos dedicado a saquear las riquezas pesqueras del Pacífico y lo hemos usado como vertedero, hasta el punto de que se ha encontrado basura incluso en el punto más bajo de la Tierra, la fosa de las Marianas, situada a 11 000 metros por debajo de la superficie del mar.
Y a medida que expulsamos dióxido de carbono a la atmósfera, el Pacífico, al igual que el resto de océanos, está aumentando sus niveles de acidez. Esto significa que los peces están perdiendo los sentidos de la vista y del olfato y que ciertos organismos encuentran cada vez más dificultades para construir sus conchas.
Los océanos producen la mayor parte del oxígeno que respiramos. Regulan el clima, nos proveen de alimentos y proporcionan ingresos a millones de personas. Son lugares de diversión y recreo, pero también de bienestar y hasta de conexión espiritual. Por todo ello, tener un océano Pacífico rico y vibrante es algo que nos beneficia a todos.
En la medida en que entendamos mejor las amenazas que pesan sobre este océano esencial podremos empezar a afrontar la ardua tarea que implica protegerlo.
El látigo de plástico del océano
Hay constancia científica del problema de la presencia de plásticos en este océano desde la década de los sesenta, cuando dos investigadores observaron que había cadáveres de albatros cubriendo las playas de algunas islas noroccidentales de Hawai, en el Pacífico norte. Casi tres de cada cuatro crías de albatros (que murieron antes de que les pudieran crecer plumas) tenían plásticos en el estómago.
En la actualidad podemos encontrar residuos plásticos en los principales hábitats marinos del mundo. En algunos casos dichos residuos se miden en nanómetros, y en otros en metros. Una pequeña porción de ellos se acumulan en las conocidas como “islas de basura”, y como es bien sabido, el Pacífico alberga las más grandes.
Se estima que cada año 15 millones de toneladas de basura plástica se desplazan desde los ríos y los litorales costeros hasta el océano.
La mayor parte de los residuos provenientes de la tierra llegan al océano a través de los ríos. Solo 20 ríos son responsables del vertido de dos tercios de la basura plástica presente en los océanos del mundo, y de esos 20 ríos, 10 desembocan en el Pacífico norte. Por ejemplo, el río Yangtzé, en China, que atraviesa la ciudad de Shanghai, arroja anualmente en torno a 1,5 millones de toneladas métricas al mar Amarillo, integrado en el Pacífico.
Asesino de vida salvaje
Los residuos plásticos de los océanos suponen innumerables peligros para la vida marina. Los animales pueden quedar atrapados en residuos como redes de pescar descartadas, lo que puede provocarles heridas o incluso que mueran ahogados.
Algunos organismos como las algas microscópicas o ciertos invertebrados pueden adherirse a estos residuos flotantes y recorrer grandes distancias dentro de los océanos. Esto implica que pueden quedar fuera de su espacio natural y de este modo colonizar otros ecosistemas como especies invasivas.
Y, por supuesto, los animales pueden sufrir graves heridas como consecuencia de la ingesta de este tipo de residuos, como los microplásticos de menos de cinco milímetros. Estos plásticos pueden obstruir la boca de los animales o acumularse en sus estómagos. Cuando esto ocurre, lo normal es que los animales tengan una muerte lenta y dolorosa.
En el caso concreto de las aves marinas, estas a menudo confunden los plásticos flotantes con comida. Un estudio de 2019 determinó que las aves que ingieren un trozo de plástico tienen un 20 % más de posibilidades de morir, porcentaje que sube al 100 % si ingieren 93 fragmentos.
El azote de las pequeñas naciones isleñas
El plástico es extremadamente resistente al paso del tiempo y puede desplazarse a grandes distancias flotando por el océano. En 2011, cinco millones de toneladas de escombros penetraron en el Pacífico como consecuencia del tsunami de Japón. Algunos de estos restos, de hecho, cruzaron toda la cuenca oceánica y acabaron en las costas de Norteamérica.
Y debido a que los plásticos flotantes, cuando llegan a mar abierto, son desplazados por las corrientes y los vientos oceánicos, se van acumulando hasta formar islas de basura junto a la costa. Se considera que playa Kamilo, situada en el extremo suroriental de la Big Island, en Hawai, es una de las más afectadas por la contaminación de plásticos. Unas 20 toneladas de residuos llegan anualmente a dicha playa.
Del mismo modo, la isla de Henderson, un lugar inhabitado que forma parte del archipiélago de las Pitcairn, en el Pacífico sur, recibe anualmente 18 toneladas de basura plástica, que se acumulan en una playa de 2,5 kilómetros de largo. Cada día son arrastrados a dicho lugar muchos miles de fragmentos plásticos.
Islas subtropicales de basura
La basura plástica puede acabar en diferentes lugares dentro del océano. Una parte se hunde, otra acaba en las playas y otra flota en la superficie arrastrada por las corrientes, los vientos y las olas.
En torno al 1 % de la basura plástica se acumula en cinco “islas de basura” situadas en mar abierto en regiones subtropicales. Se formaron como consecuencia de la circulación oceánica, que depende de las variaciones de los campos de viento y de la rotación de la Tierra.
Hay dos islas de basura subtropicales en el Pacífico: una en el hemisferio norte y otra en el hemisferio sur.
La acumulación de basuras en el Pacífico norte se divide en una gran isla oriental situada entre California y Hawai y otra occidental situada al este de Japón.
Nuestro vergonzoso océano de basura
La isla oriental fue descubierta a principios del año 2000 por el capitán Charles Moore, y se la conoce como La Gran Isla de Basura del Pacífico debido a que supone la mayor concentración de plásticos tanto por extensión (en torno a 1,6 millones de kilómetros cuadrados) como por cantidad de residuos. En lo que respecta al peso, cada kilómetro cuadrado podría acumular de media 100 kilos de basura.
La isla de basura del Pacífico sur se encuentra en las costas de Valparaíso (Chile) y se extiende hacia el oeste. Aquí la concentración de residuos es menor si se la compara con su gigantesca homóloga del noreste.
Las redes de pescar descartadas suponen en torno al 45 % de todo el peso de la basura plástica de la Gran Isla de Basura del Pacífico. La basura procedente del tsunami de 2011 de Japón también supone una parte importante, ya que se estima que supone un 20 % del total.
Con el paso del tiempo, los plásticos de mayor tamaño se convierten en microplásticos. Los microplásticos sólo suponen el 8 % del peso de los residuos de la Gran Isla de Basura del Pacífico, pero suponen el 94 % de los 1,8 billones de fragmentos plásticos que se estima la forman. En altas concentraciones, estos plásticos hacen que el agua adopte un color “turbio”.
Se calcula que cada año 15 millones de toneladas de basura plástica acaban en el océano procedente de costas y ríos. Se espera que esta cantidad se duplique para 2025, dado que la producción de plásticos continúa incrementándose.
Deberíamos actuar inmediatamente para ponerle freno a la situación. Esto implicaría desarrollar planes para recoger y eliminar los plásticos y, yendo un paso más allá, marcarnos la prioridad de dejar de producirlos.
Caladeros al borde del colapso
Debido a que se trata del océano más extenso y más profundo del planeta, el Pacífico posee algunos de los mayores caladeros del mundo. Durante miles de años, la gente ha utilizado estos caladeros para obtener alimento y también como medio de vida.
Pero en todo el mundo, y no solo en el Pacífico, la pesca está reduciendo las poblaciones de peces más rápido de lo que tardan en recuperarse. Se considera que esta sobreexplotación pesquera es una de las mayores amenazas a que se enfrentan los océanos del planeta.
Los seres humanos extraemos unos 80 millones de toneladas de vida salvaje de los océanos cada año. En 2019 los científicos más destacados del mundo afirmaron que, de todas las amenazas a la biodiversidad marina de los últimos 50 años, la pesca es la que más daño había provocado. Afirmaban que el 33 % de las especies estaban sobreexplotadas, que el 60 % estaban siendo pescadas a su nivel máximo y que solo el 7 % estaban siendo explotadas a un nivel más bajo del recomendado.
Pero la reducción de las poblaciones de peces no es solo un problema para los humanos, ya que los peces poseen un papel central en los ecosistemas marinos y suponen un nexo fundamental en las complejas cadenas tróficas de los océanos.
Escasez de pescado en el mar
La sobreexplotación pesquera se produce cuando los humanos extraemos recursos pesqueros por encima del nivel máximo, conocido como “rendimiento máximo sostenible”. Pescar por encima de este nivel provoca que disminuyan los bancos mundiales de peces, afecta a las cadenas alimentarias, degrada los hábitats y provoca escasez de alimentos para los humanos.
El océano Pacífico acoge enormes caladeros de atún que suponen casi el 65 % de las capturas mundiales anuales de este pescado. Pero la supervivencia a largo plazo de muchas poblaciones de atún está en riesgo.
Por ejemplo, un estudio de 2013 determinó que el número de ejemplares de atún rojo (un pescado muy apreciado para preparar sushi) se había reducido más de un 96 % en el Pacífico norte.
Los países en desarrollo, entre los que incluimos a Indonesia y China, son los que más practican la sobreexplotación pesquera. Pero se trata de algo que también hacen los países desarrollados.
A lo largo de toda la costa occidental de Canadá las poblaciones de salmón se han reducido rápidamente desde el inicio de la década de los noventa, en parte debido a la sobreexplotación. Además, Japón recibió hace poco duras críticas por su propuesta de incrementar las cuotas de pesca de atún rojo del Pacífico, una especie que está a niveles de solo el 4,5 % de la media de su número histórico de ejemplares.
Los expertos afirman que la sobreexplotación pesquera también supone un problema en Australia. Por ejemplo, una investigación publicada en 2018 demostró que las grandes poblaciones de pescado se estaban reduciendo en las costas del país como consecuencia de un exceso de actividad pesquera. Y en las zonas donde estaba autorizada la pesca, las esquilmadas poblaciones se habían reducido de media un 33 % en la década anterior a 2015.
¿Qué explica la sobreexplotación pesquera?
Hay muchas razones que explican por qué se produce la sobreexplotación y por qué sigue incontrolada. Los datos objetivos apuntan a las siguientes razones:
– La pobreza de los pescadores en los países en vías de desarrollo.
– Los subsidios a la pesca que hacen posible que los barcos de los países con grandes flotas se trasladen a aguas de países en vías de desarrollo, compitan con los pescadores de pequeña escala locales y permitan que el maltrecho sector siga adelante.
– Una mala gestión de los caladeros y de las comunidades pesqueras.
– Escaso cumplimiento de las restricciones de pesca debido a la debilidad de las autoridades locales.
Tomemos el ejemplo de Indonesia. Indonesia está situada entre los océanos Pacífico e Índico y es el tercer país del mundo en volumen de capturas de pescado salvaje por detrás de China y Perú. El 60 % de sus capturas las hacen pescadores de pequeña escala, muchos de los cuales provienen de comunidades costeras pobres.
La primera vez que se informó de sobreexplotación pesquera en Indonesia fue durante la década de los setenta. En 1980 se aprobó un decreto presidencial que prohibía la pesca de arrastre en las islas de Java y Sumatra. Pero la sobreexplotación continuó durante los noventa y se mantiene hasta hoy. Entre las especies amenazadas se encuentran los peces de arrecife, las langostas, los camarones, los cangrejos o los calamares.
El caso de Indonesia demuestra que no hay soluciones fáciles para el problema de la sobreexplotación. En 2017 su Gobierno aprobó un decreto que buscaba mantener la pesca en volúmenes de capturas sostenibles (12,5 millones de toneladas anuales). Pero en muchos lugares las restricciones no se aplicaron (en gran medida porque las reglas no estaban claras, o porque las autoridades locales carecían de las capacidades necesarias para hacerlas cumplir).
La aplicación del decreto fue compleja por el hecho de que casi todos los pesqueros pequeños de Indonesia están bajo la jurisdicción de los gobiernos provinciales. Esto demuestra la necesidad de mejorar la cooperación entre los distintos niveles del Gobierno para luchar contra la sobreexplotación pesquera.
¿Qué más podemos hacer?
Para evitar la sobreexplotación los Gobiernos deberían combatir el problema de la pobreza y el del acceso a la educación en las comunidades pesqueras pobres. Esto podría pasar por encontrar fuentes de ingresos alternativas. Por ejemplo, en la localidad de Oslob, en Filipinas, antiguos pescadores y algunas mujeres locales se han convertido en guías turísticos. Le dan a los tiburones ballena pequeñas cantidades de camarones para que se acerquen a la costa y los turistas puedan bucear y hacer snorkel junto a ellos.
La lucha contra la sobreexplotación en el Pacífico también requerirá la cooperación entre países para controlar la actividad pesquera y garantizar el cumplimiento de las restricciones.
Además, la red internacional de zonas de pesca protegidas debería ampliarse y robustecerse para preservar la vida marina. En este momento menos del 3 % de la superficie de los océanos son áreas de alta protección donde no se permite pescar. En Australia muchas reservas marinas tienen una extensión limitada y se sitúan en zonas que apenas tienen valor pesquero.
El colapso de los caladeros en todo el mundo no hace sino demostrar hasta qué punto nuestra vida marina es vulnerable. Está claro que los humanos estamos explotando los océanos por encima de los niveles de sostenibilidad. Miles de millones de personas dependen de la producción pesquera para obtener proteínas, y también como medio de vida. Pero si seguimos permitiendo la sobreexplotación no solo causamos daño a los océanos, sino también a nosotros mismos.
La amenaza del aumento de la acidez de los océanos
Las aguas tropicales y subtropicales del Pacífico acogen el 75 % de los arrecifes de coral del mundo. Entre ellos se encuentran tanto la Gran Barrera de Coral como arrecifes más remotos del Triángulo de Coral, situado en Indonesia y Papúa Nueva Guinea.
Los arrecifes coralinos están soportando el embate del cambio climático. Se habla mucho de cómo la pérdida de color del coral está dañando estos ecosistemas, pero existe otro proceso muy dañino, el del aumento de la acidez de los océanos, que también amenaza la supervivencia de los arrecifes.
Este aumento de la acidez de los océanos afecta especialmente a las aguas pocos profundas, y por ello la región subártica del Pacífico es particularmente vulnerable.
Los arrecifes de coral ocupan menos de un 0,5 % de la superficie del planeta, pero acogen a cerca del 25 % de todas las especies marinas. Sin embargo, debido al aumento de la acidez de las aguas y a otros problemas, estos “bosques pluviales submarinos” están entre los ecosistemas más amenazados del planeta.
Una reacción química
El aumento de la acidez del océano supone un descenso del pH del agua marina y está provocado por la absorción de dióxido de carbono (CO₂) de la atmósfera.
Los seres humanos emitimos anualmente 35 000 millones de toneladas de CO₂ debido a actividades como la deforestación o la quema de combustibles fósiles.
Los océanos absorben hasta el 30 % del CO₂ de la atmósfera, lo que desencadena una reacción química que hace que se reduzcan las concentraciones de iones de carbono y que aumenten las de iones de hidrógeno. Este cambio hace que aumente la acidez de las aguas de los océanos.
Desde la Revolución Industrial el pH de los océanos ha descendido 0,1 unidades. Esto podría no parecer demasiado, pero en la práctica supone que en este momento los océanos son un 28 % más ácidos de lo que lo eran a mediados del siglo XIX. Y según el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), los niveles de acidez aumentan cada vez más rápido.
¿Por qué el aumento de la acidez de los océanos es tan perjudicial?
Los iones de carbono son los ladrillos de las estructuras coralinas y de los organismos que generan conchas. De este modo, un descenso de las concentraciones de iones de carbono solo pueden ser malas noticias para la vida marina.
Se ha demostrado que en las aguas ácidas los moluscos tienen más problemas para generar y reparar sus conchas. También exhiben comportamientos anormales en lo relativo a su crecimiento, metabolismo, reproducción, sistema inmunológico y posibles comportamientos alterados. Por ejemplo, un grupo de investigadores expuso a unas liebres marinas (un tipo de babosa de mar) de la Polinesia francesa a unas condiciones marinas de acidez mayores que las habituales, y descubrieron que estos animales tenían más dificultades para encontrar alimento y tomaban peores decisiones.
El aumento de la acidez oceánica también es un problema para los peces. Numerosos estudios han demostrado que unos niveles elevados de CO₂ pueden alterar sus sentidos del olfato, la vista y el oído. También puede alterar algunas de sus aptitudes de supervivencia, como su capacidad de aprender, de evitar a los depredadores y de elegir hábitats adecuados.
Todas estas deficiencias parecen ser consecuencia de cambios neurológicos, fisiológicos y relativos a las funciones moleculares que habrían tenido lugar dentro del cerebro de los peces.
Predecir quiénes serán los ganadores y los perdedores
De los siete océanos del mundo, el Pacífico y el Índico son los que presentan un mayor incremento de los niveles de acidez desde 1991, lo que implica que su vida marina probablemente también sea la que esté en una situación más vulnerable.
Sin embargo, el aumento de la acidez de los océanos no afecta a todas las especies marinas por igual. Dichos efectos, además, tampoco son iguales a lo largo de la vida de cada organismo. De este modo se hace imprescindible realizar más investigaciones para poder prever quiénes ganarán y quiénes perderán con esta situación.
Esto puede hacerse a través de la identificación de rasgos heredados que pueden aumentar la capacidad de supervivencia o la eficacia reproductiva de una especie en condiciones de agua más ácida. Las poblaciones ganadoras podrían empezar a adaptarse, mientras que las perdedoras deberían ser objeto de los esfuerzos de conservación y de gestión medioambiental.
Una de las ganadoras podría ser la pintarroja colilarga ocelada, una especie cuyo hábitat son las aguas poco profundas de los arrecifes y que es autóctona de la Gran Barrera de Coral. Se han hecho investigaciones en las que se ha expuesto a algunos ejemplares a condiciones de mayor acidez, y esto no ha afectado a sus embriones y nonatos en términos de crecimiento prematuro, desarrollo y supervivencia. Y en lo que respecta a los adultos, tampoco se apreció ninguna incidencia en los comportamientos de búsqueda de alimento o en términos de rendimiento metabólico.
Pero del mismo modo es muy probable que el incremento de la acidez del océano provoque que en la Gran Barrera de Coral haya especies que salgan perdiendo. Por ejemplo, hay investigaciones que apuntan a que el pez payaso naranja (una especie famosa porque a ella pertenecía el personaje de Nemo de la película de Disney) sufrió múltiples perjuicios sensoriales en condiciones de mayor acidez. Estos prejuicios iban desde dificultades relacionadas con los sentidos del olfato y el oído, necesarios para encontrar el camino de vuelta a su refugio, a dificultades para distinguir los organismos amigos de los enemigos.
Aún no es demasiado tarde
Más de 500 millones de personas dependen de los arrecifes coralinos para obtener alimento, ingresos o protección frente a las tormentas y frente a la erosión costera. Los arrecifes generan empleos (por ejemplo en pesca y turismo) y sirven como lugares de recreo. A escala global, los arrecifes suponen una industria valorada en 11,9 billones de dólares anuales. Y suponen un lugar de conexión cultural y espiritual profundas para pueblos indígenas de todo el mundo.
El aumento de la acidez de los océanos no es solo una amenaza para los arrecifes de coral. Debido al cambio climático, la tasa de calentamiento de los océanos se ha doblado desde la década de los noventa. La Gran Barrera de Coral, por ejemplo, ha experimentado un aumento de temperatura de 0,8 grados desde la Revolución Industrial. En los últimos cinco años esto ha tenido una serie de efectos devastadores en cadena en la decoloración del coral. Y los efectos del calentamiento de las aguas se ven agudizados por el aumento de la acidez.
Recortar las emisiones de gases de efecto invernadero debería convertirse en una tarea global. La COVID-19 ha frenado nuestros desplazamientos por el planeta y con ello ha demostrado que es posible reducir drásticamente nuestra producción de CO₂. Si el mundo alcanza los objetivos más ambiciosos del Acuerdo de París y evita que la temperatura global aumente por encima del grado y medio, el Pacífico sufriría descensos menos severos de su pH oceánico.
Sin embargo, tenemos que reducir nuestras emisiones mucho más (un 45 % más durante la próxima década) para mantener el calentamiento global por debajo de los 1,5 grados. Esto daría algo de esperanza a los arrecifes de coral del Pacífico y a los de todo el mundo, pues indicaría que no todo está perdido.
Está claro que las decisiones que tomemos hoy afectarán al aspecto que tendrán nuestros océanos mañana.
Este artículo forma parte de Oceans 21, una serie sobre los océanos del mundo que nos lleva a explorar las antiguas rutas comerciales del océano Índico, la contaminación de plásticos en el Pacífico, la luz y la vida en el Ártico, la pesca en el Atlántico y la influencia del océano Antártico en el clima global. La red de colaboradores internacionales de The Conversation pone estos textos a su alcance.
Autorxs:
Jodie L. Rummer. Associate Professor & Principal Research Fellow, James Cook University
Bridie JM Allan. Lecturer/researcher, University of Otago
Charitha Pattiaratchi. Professor of Coastal Oceanography, University of Western Australia
Ian A. Bouyoucos. Postdoctoral fellow, James Cook University
Irfan Yulianto. Lecturer of Fisheries Resources Utilization, IPB University
Mirjam van der Mheen. Fellow, University of Western Australia