Por Nicolás Mansutti*
El motivo del presente escrito radica en el deseo de esbozar de alguna manera, algunas coordenadas que puedan ubicarnos a los agentes de salud, y particularmente, de Salud Mental, más allá de la especificidad del rol que competa a cada uno, a la hora de intervenir en COMUNIDAD, término que viene a designar una amplísima gama de realidades y aspectos que según las circunstancias enfatizan diferentes usos, que, aunque todos son válidos, nos dificultan la posibilidad de hacer un abordaje y un recorte menos impreciso de la comunidad que tomemos como objeto de estudio – abordaje.
¿Qué entendemos por comunidad?
Para Ander – Egg , la comunidad es una agrupación organizada de personas que se perciben como unidad social, cuyos miembros participan de algún rasgo, interés, elemento, objetivo o función común, con conciencia de pertenencia, situados en una determinada área geográfica en la cual la pluralidad de personas interaccionan más intensamente entre sí que en otro contexto; por su parte, José Luis Tuñón (2015), define a la cultura como el proceso donde se deciden formas de satisfacción, y considera que todas las comunidades elaboran formas de acceso a las mismas que configuran sus sensibilidades, costumbres y ritos.
En este marco, podemos definir a la comunidad como modalidades de satisfacción en común, de disfrute, de sufrimiento, de saberes, de permisividades o prohibiciones, de tabúes y de mitos, de comunicación con simbolismos particulares, a partir de algún lugar geográfico, o no necesariamente , ya que las comunidades, sobre todo hoy en día, con el avance de la tecnología, tranquilamente pueden prescindir de una localidad para conformarse como tales; también existe el hecho de comunidades diferentes que coexisten en igual territorio, pero se diferencian tajantemente, incluso a veces al punto de no reconocerse, por ejemplo entre vecinos.
Esto se puede apreciar en el trabajo comunitario, por ejemplo, cuando nos encontramos con comunidades extranjeras, que ni siquiera hablan el idioma oficial del territorio en el que se encuentran insertos. Estas comunidades muchas veces encuentran recursos para su existencia que van por vías alternativas a las del Estado y sus instituciones, sobre todo si las mismas responden a lógicas de índole liberal.
El agente de salud que se inserta en un territorio, debe tener en cuenta estos aspectos, además de los múltiples factores sociales, económicos, culturales, políticos, ideológicos, etc., que complejizan constantemente la realidad cotidiana, lo cual implica una renuncia del agente a la lógica omnipotente del saber profesional como verdad única. Ya que su inserción inevitablemente genera modificaciones en el cotidiano, ya sea por los preconceptos preestablecidos que surgen respecto del rol o la figura del mismo, como por la función particular que este agente viene a ocupar dentro del contexto en cuestión, a la hora de insertarse en una comunidad es menester evitar tener conductas que provengan desde esta lógica que puede concebirse como simplista y unilateral. Lo cierto es que nadie puede aportar un saber a quién no está dispuesto a recibirlo, y muchas veces, esos saberes que tenemos como profesionales, dejan de lado aspectos fundamentales que por alguna razón sostienen situaciones que se presentan como problemáticas, sumado al hecho de que los procesos culturales – comunitarios no se detienen en las tradiciones, sino que avanzan constantemente.
El rol institucional del profesional de salud mental en la comunidad y la generación de espacios de encuentro
Son múltiples las referencias bibliográficas que equiparan la salud mental a los derechos humanos. Largas han sido las luchas, que aún hoy continúan dándose, por el avance hacia aquel horizonte en el que desaparezcan las privaciones crónicas de libertad que suceden en los manicomios, así también, por el funcionamiento pleno de los servicios de salud mental de los hospitales, tan precarizados laboralmente.
Este análisis responde a un mecanismo global de concentración de capital y de invisibilización y no-reconocimiento de aquellos perjudicados en esta desigual repartición. Esto no es un dato menor a la hora de intervenir o insertarse en una comunidad, ya que este no-reconocimiento del otro no es solo de parte de quienes ostentan una posición favorable en este sistema, sino también, entre los miembros de comunidades que comparten lugares físicos, lo cual da lugar constantemente a hostilidades, o a profundizaciones de las carencias, imposibilitando la consecución de recursos saludables para hacer con el otro.
Estas cristalizaciones de sentido, son las que, desde la institución y rol que nos compete, debemos romper mediante el establecimiento de espacios que permitan encontrarnos.
Los espacios de encuentros aparecen, así como un a manera de poder hacer lugar a estos pensamientos desde un hacer cotidiano. La vivencia es nueva desde lo antiguo: reflexionar sobre las condiciones de lo colectivo y de ruptura en lo cotidiano. (Barrault, 2007).
*Lic. En Psicología. MPCH 1034- Trabajador del Dispositivo de Orientacion y Contencion en Atencion Primaria en Salud Mental.