Por Claudia Ardini
Vivimos tiempos acelerados en que las tecnologías imponen ritmos cada vez más vertiginosos a nuestras vidas. El filósofo Byung-Chul Han en “El Aroma del tiempo” sostiene que no es la aceleración la dominante de nuestra época, ya que esta necesita de una dirección, de un sentido, que antes fue teológico y luego teleológico, pero que en el mundo de hoy no existe.
En ausencia de sentido, de dirección, la aceleración se transforma en dispersión. Acelerados y dispersos, esa es la condición en la que vivimos. Si le sumamos una pandemia y el cambio disruptivo en lo que hasta ayer era lo cotidiano; angustia, miedo, agobio serán algunas de las palabras que se agreguen a la nueva condición. Pero no serán las únicas. La educación es uno de los ámbitos en donde los cambios acontecidos han impactado de una manera notable.
El relevamiento realizado por el equipo de investigación “Experiencias Transmedia Córdoba” a docentes de los tres niveles educativos en esta provincia muestra una foto que seguramente se puede replicar de manera similar en otros lugares. Los docentes están sobrecargados de trabajo, y eso justifica el cansancio. Pero no es solo eso. Se suma la incertidumbre por el futuro, la ansiedad por aprender lo que necesitan para enseñar en esta virtualidad y distancia no deseadas. Preocupación cuando del otro lado (el de los estudiantes) hay silencio y ninguna plataforma o acción alcanza para que regresen. Se pierde el vínculo y entonces ya nada sirve. Se necesita que aprendan, no saturarlos de tarea, quien es docente lo sabe. ¿Pero quién sabe certeramente cómo hacerlo en estas condiciones?
Se reconoce que este cambio abrupto en la forma de enseñar ha significado más estrés y más horas de trabajo. Pero también ha sido un aprendizaje conjunto y ha puesto en escena una creatividad poco frecuentada tanto por docentes como por estudiantes.
El otro dato es que mientras mayor ha sido el apoyo institucional, mejores resultados se han logrado. Eso habla de la importancia de institucionalizar y formalizar procesos, no dejarlos librados a la voluntad, creatividad y esfuerzo individual de las y los docentes, sino acompañar en todos los aspectos.
La gran desigualdad en las condiciones socio-económicas para hacer frente a este proceso es otro aspecto que revela el estudio y será un tema a resolver desde los Estados, si verdaderamente se piensa en la educación como un derecho y como el ámbito por excelencia para la formación de ciudadanía en el siglo XXI.
No se trata sólo de la incorporación de tecnología, sino de un cambio de paradigma en los procesos de enseñanza y aprendizaje, piensan muchos docentes. Sabíamos, antes de la pandemia, que el principal problema en la educación no era necesariamente la mediación tecnológica. Era ya un problema que muchos docentes no consideraran relevante el uso de Tic´s.
Pero en esa negación subyace un problema mayor, que es considerar a la tecnología como mero instrumento y no como una creación humana, como un dato de la cultura, insoslayable, sobre todo cuando pensamos en la forma en que acceden a la experiencia del mundo las nuevas generaciones. El conocimiento de la tecnología también proporciona a las y los docentes información valiosa sobre esos niños, niñas, adolescentes y jóvenes destinatarios de la educación.
Esta experiencia disruptiva de la pandemia tendría que servir, más allá del daño y el malestar que nos causa, para pensar en qué mundo estamos viviendo y qué educación se necesita para afrontar esa complejidad en un presente que ya es futuro.
Fuente: Página 12