Por Mica Minelli

«Me mandé una cagada», le dijo Matías Martínez a su tío después de asesinar a Úrsula Bahillo. Una «cagada», así como quien por torpeza comete un accidente, se le pasa la mano, no calcula. Así se delata la intención del macho de adoctrinar con golpes, palabras, manipulación y amenazas. Porque femicida no se nace, se hace.

¿Qué le dijo ese tío al otro lado del teléfono? ¿Cómo reaccionaron sus superiores cuando se enteraron de que Martínez tenía varias denuncias por violencia de género? ¿Qué hicieron sus colegas policías cuando la familia y les amigues de Úrsula fueron a pedir justicia a la comisaría de Rojas? ¿Cómo se sostiene la impunidad de un asesino?

En Argentina un varón mata a una mujer cada 22 horas. Sí, un varón es el que da el golpe final, pero muchos más son los que acompañan, cómplices, al violento en su camino para volverse un femicida. El tío, los amigos, los compañeros de trabajo que le dispararon en la cara a la amiga de Úrsula cuando fue a exigir justicia, los que se negaron a tomarle la denuncia, los que la desestimaron, no una, sino tres veces.

De los 44 femicidios registrados en lo que va del año, el 12% fue cometido por miembros de fuerzas de seguridad en actividad o retirados. La institución, la Justicia y el Estado permitieron que Martínez se convirtiera en un asesino. Es un sistema que les permite a todos los Martínez que andan sueltos violar perimetrales, amenazar y, finalmente, matar.

Una Justicia feminista no es un discurso idealista sino una necesidad imperiosa si queremos que realmente sirva de algo denunciar, sin que esto genere exponer a la persona en situación de violencia. En un momento histórico que cuenta con un Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad y con feministas en el gobierno como nunca antes, es tiempo de tomar las decisiones que pueden significar un cambio de paradigma institucional.

Mi amigo es un violento

«Todas tenemos a una amiga violentada pero nadie a un amigo violento. Hay un pacto de silencio que los vuelve doblemente culpables», escribió Pupina Plomer en Twitter y en minutos se viralizó. No actúan solos, la violencia tiene cómplices: son los amigos, los compañeros de laburo, los familiares, los fiscales, los jueces; ahí donde el feminismo todavía no llegó.

El pacto de machos está presente en todos los ámbitos de la vida, desde el fulbito del sábado a la tarde hasta las mesas de negociación donde son los señores los que toman las decisiones. Se cuidan las espaldas, descreen las denuncias, porque un mundo sin privilegios los asusta. Si cae uno, caen todos y la virilidad es una construcción social muy débil, que necesita reafirmarse por la negativa (soy hombre porque no soy mujer), por lo cual es en otros pares en donde se refugia.

Como nunca antes, aparecieron en redes consignas interpelando a varones, ya no invitándolos, como pacientemente hemos hecho cada vez que nos sentamos a explicar de qué nos quejamos o por qué es más importante la vida de una piba que un poco de pintura en la pared, sino cuestionando por qué aún no se involucran en una problemática que siempre los tuvo de protagonistas.

Porque son ellos los que causan terror, es de ellos de quienes nos cuidamos cuando salimos a la calle, nos subimos al taxi, vamos a una entrevista de trabajo, tenemos una cita o nos ponemos en pareja. Es a ellos a quienes denunciamos en las comisarías, de quienes nos defendemos en los juzgados, son ellos los que nos violan y matan.

Sin embargo, aún siguen siendo muy pocos los varones que se hacen cargo, que revisan sus conductas, les paran el carro a sus amigos, se animan a debatir, a romper pactos, a señalar actitudes machistas, propias y ajenas. A cuestionar amistades, maneras de relacionarse. Aún son muy pocos los que tienen los huevos para escapar de un mandato que los convierte en acosadores, abusadores y femicidas.

¿Dónde están los aliados?

Cuando se trata de ir a las marchas, colgarse el pañuelo verde, compartir fotos en redes sociales o felicitar a las compañeras y compañeres, no faltan aquellos varones «copados» que acompañan la lucha y sostienen las banderas. Pero cuando cuando la posibilidad de intervención se presenta son muchos los miedos que salen a flote: las represalias como las burlas, los comentarios, el castigo físico, la exclusión. El machismo del otro es lo que asusta, igual que a nosotras y a nosotres.

La paciencia se agotó, ya no podemos perder tiempo en seguir explicando la urgencia de nuestro reclamo. Desde 2015, con el primer #NiUnaMenos, el grito es de hartazgo. Ya es momento que se hagan cargo de que el 98% de los femicidios ocurren en manos de varones, de los cuales el 76% fue cometido por parejas, exparejas o familiares y el 24% por hombres conocidos del círculo íntimo de la víctima.

Es momento de que salgan a la cancha, desde el lugar que les toca: a hacerse cargo, varones cis.

Fuente: Escritura Feminista

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