Federico Lorenz (Director del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur).

En el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur incluimos esta imagen en nuestra línea de tiempo. Es un soldado argentino que nos sonríe desde el pasado. Otro, a sus espaldas, mira a retaguardia.

Se alcanza a ver la humareda. El humo sube a lo alto porque ya comienza a deshilacharse la historia. La fotografía fue tomada después de la rendición argentina, que recordamos hoy. Hace 36 años comenzaba la posguerra de Malvinas, y la retirada de la dictadura militar del poder.

Con su sacrificio, nuestros soldados nos ayudaron a recuperar la democracia. No cayeron en Darwin, en el Tumbledown, en el Longdon, no se ahogaron en el Atlántico o desaparecieron a bordo de sus aviones para eso. Pero ese fue el resultado.

Nosotros, a los que este soldado interpela desde la imagen, que sonríe quizá por el alivio de la supervivencia, somos su futuro. ¿Qué hemos hecho de ese sacrificio?

El humo se esfuma hacia lo alto y llega como preguntas hasta nuestros días. ¿Por qué tantos años de espera para saber quién estaba enterrado efectivamente bajo cada cruz? ¿Qué hicimos con sus historias? ¿Qué herramientas desplegamos para cumplir con el mandato constitucional de la recuperación pacífica de las Islas Malvinas?

Queremos que nuestro Museo sea un enorme signo de interrogación. Sabemos que otros de nuestros compatriotas esperan lo contrario: que sea un lugar donde se conmemore una gesta; donde el culto épico a los héroes de la Patria encuentre su espacio privilegiado. Decidimos que así no lo fuera; decidimos que el mejor homenaje para que sigan con nosotros es la demanda por la verdad y la justicia. Respetuosamente, estamos convencidos de que nuestra función es la de interpelar e incomodar.

Sabemos también que hay muchos lugares sagrados que la memoria popular erigió antes de que los distintos gobiernos que se suceden desde el final de la guerra hiciera algo por ellos. Sabemos que los soldados que regresaron se organizaron de inmediato: nada de lo que tienen hoy por derecho les fue concedido graciosamente: todo fue fruto de una lucha. Como tantas cosas.

¿Un país, una sociedad, puede vivir en lucha permanente? ¿Dónde detenerse a reflexionar sobre lo que construimos? ¿Dónde decidir cómo seguir? Tal vez, en un Museo.

Es lo menos que podemos hacer para honrar la sonrisa de ese muchacho que regresaba al Continente con la esperanza de un país que lo recibiera, y no que lo ocultara. Un país en el que no diera todo lo mismo. Un país que hiciera justicia a lo que es simple poner en palabras pero resulta inimaginable: arriesgar la vida, ver caer a tus amigos y dejarlos allí, en esos cerros hostiles.

El 14 de junio es para este Museo un día de reflexión, de respeto, de agradecimiento y, lo sabemos también, de desafío.

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